Debo decir que el choque de trenes Selene-Pérez-Distémper fue muy agradable y que ambos son en persona aún más adorables que en sus blogs. Los detalles quedan entre nosotros y para la próxima el que quiera se pliega.
Lo más absurdo de la velada sin duda fue que estuve por quince minutos sentado al lado de Selene sin estar seguro si era ella o no, hasta que le pregunté. Durante ese cuarto de hora me sentí como algunos años atrás, con ese ridículo malestar estomacal previo a juntarte con alguien que no conoces.
Sí, lo admito, en un momento lamentable de mi vida ingresé mis datos a un patético sitio parejero llamado Midwar.com. Estaba más solo que un dedo y "necesitaba amor". Así que puse mi mejor foto y me largué a escribirle a candidatas que cumplían ciertos requisitos de edad. Luego de algunos intercambios epistolares vía e-mail terminé conociendo en persona a tres:
Caso 1: La llamaremos Bebé porque ella misma se denominaba así. Tenía 24 años, la habían plantado un año antes en el altar -literalmente- y su gran pena en la vida era haber sido desvirgada por el sillín de una bicicleta (me lo contó entre llantos: su sueño era llegar invicta al casorio). Bebé obtuvo mi número de teléfono y una tarde me llamó. Habló por dos horas. Al día siguiente llamó de nuevo. Monologó por otras dos horas más. Al cabo de una semana yo ya sabía que a las 10 de la noche en punto tenía mi sesión de cháchara sin sentido en la que terminaría con ambas orejas coloradas. Bebé lloraba por cualquier cosa, me trataba de 'príncipe', se ofendía si no le prestaba total y absoluta atención, luego me colgaba molesta y volvía a llamar para disculparse. Era como pololear pero sin ninguno de los beneficios del pololeo.
Un sábado me citó a una esquina ignota de Ñuñoa y -debo decirlo- su foto de la página había sido trucada hábilmente. Fuimos a tomar té a un local cercano y en persona no era capaz de hilar dos frases seguidas. La cita fue un desastre. Volvimos a vernos una vez más, ocasión en la que tomó medio vaso de cerveza: quedó como zanja, quebró una botella y le dio hipo. La llevé a su casa en mi auto Juanito mientras se acurrucaba en mi hombro. Yo estaba solo en la vida, ya lo dije, pero por suerte resistí a una tentación que me hubiera conducido al infierno. Durante nuestros dos meses de 'relación' ella sufrió una extraña alergia, robaron su auto, le pegaron a un hermano, perdió un trabajo y su papá se rompió una pierna. La mala suerte la perseguía y yo estaba inopinadamente con ella dentro de esa montaña rusa de emociones. Un día no resistí más y durante su monserga telefónica le dije que ella estaba "medio maldita". Sollozando me mandó al demonio. Sólo llamó un año después para contarme que se iba a casar con el abogado que la atendió luego de que le robaron el auto. Me estaba sacando pica, claro está. Quedó de enviarme el parte de matrimonio.
Caso 2: La denominaremos La Negra (acabo de darme cuenta que olvidé su nombre). Nos juntamos frente a la Casa Central de la UC una fría tarde de feriado. Tomamos dos cervezas en El Mastique y me invitó a caminar por un parque cercano. Debajo de un árbol me tomó por asalto y comenzó a besuquearme: parece que le gusté mucho. El problema es que a mí no, pues físicamente La Negra era todo lo opuesto a lo me gusta en una mujer. La fui a dejar a su casa con la promesa de vernos dos días después en la Plaza de la Constitución, bajo la estatua de Allende (?). Yo iba con la firme decisión de darle un corte rápido, pero usando malas artes femeninas La Negra me obligó a ir a La Chimenea en donde debí pagarle dos vodkas y la tabla de quesos más cara del lugar. Luego en el auto nuevamente me intentó hacer una llave, por lo que tuve que decirle que la cortara con esta frase maestra: "yo quiero ser tu amigo, pero no con besos". No la vi nunca más.
Caso 3: No la llamaremos de ninguna forma porque ella es el amor de mi vida.
Moraleja: la tercera es la vencida.