30.5.05

Patrimonio Cultural

Tras un muy agradable recorrido con Manguac por el Palacio Cousiño y el Museo del Instituto Geográfico Militar -y luego de una escala en la feria dominical- llegamos a mi casa. Justo frente a la puerta, mi vecino del tercer piso había pegoteado en el poste de luz un cartel de cartón con la siguiente leyenda:

Por alguna razón que desconozco la Municipalidad de Santiago retiró el sábado todos los basureros de mi cuadra. Y -tal vez por la fuerza de la costumbre- nuestros vecinos siguieron botando sus mugres frente a nuestra casa, pese a no haber receptáculo alguno. Asqueado al ver las bolsas desparramadas en la puerta, Hernán decidió expresar su deseo ciudadano de no vivir rodeado de inmundicia. Sin embargo su petición no fue oída: esta mañana, al salir al trabajo, me encontré con un chiquero de pañales sucios, tomates reventados y repuestos grasientos que llegaba casi hasta la entrada. Un espectáculo asqueroso que da pena y rabia.

¿Por qué cresta una sociedad que se agolpa educadamente un domingo a las once de la mañana para recorrer museos y palacios es incapaz de comprender el derecho de sus vecinos a no patinar en la mugre ajena? Acabo de leer Mitópolis, de Edwards Bello, en donde ya en 1922 denunciaba lo que denomina el ‘invunchismo’ chileno. O sea, el goce de lo feo y el placer de hacer daño gratuitamente: “la deformación hacia lo monstruoso o repulsivo... el chileno es un ser que se pone en ridículo y pone en ridículo a sus compatriotas” (en sus propias palabras). Ejemplos al canto: los giles que se dedican a apedrear al prójimo en las carreteras, los grafiteros que han rayado cada rincón de muralla en Chile, el mandril futbolero que vive del macheteo, los zopencos que abandonan perros en la calle, el ciudadano histérico que te agrede sin provocación…

En alguna otra parte comenté cómo una mañana no podía abrir la puerta de la casa porque alguien había defecado durante la noche en el escalón (la mierda se había endurecido). Día por medio alguien mea el portón donde guardo el auto. La muralla de mi casa parece mapa luego de ser rayada por cien ociosos distintos que marcaron así su territorio. Es cierto, me estoy quejando y no propongo soluciones. Pero en realidad no sé qué diablos podría hacer para cambiar una forma de vivir que abomino.

28.5.05

Testigo

Testigo recibido de: Marce.

* Tamaño total de los archivos de música en mi PC: 24,5 GB (categoría pirata: filibustero)

* Último disco que me compré: Voices & Images, Camouflage (adquirido el 2001 en FunTracks)

* Canción que estoy escuchando ahora: Everything Counts (Live BBC 1984), Depeche Mode.

* 5 canciones que escucho un montón o que tienen algún significado para mi:

1. Fiction Factory - Feels Like Heaven (acá se puede escuchar)
2. The Jesus and Mary Chain - Some Candy Talking
3. Alphaville - Summer in Berlin
4. Joy Division - Isolation
5. Sex Pistols - Seventeen


* 5 personas a las que les paso el testigo: luego de meditarlo una noche con la almohada, prefiero detener esto acá. Aunque sí me gustaría conocer las respuestas de Andrea R, cuyos blogs por cierto recomiendo vivamente.


* Otros blogs donde pasó el meme: ¿qué chucha es un Meme?

26.5.05

Citas a Ciegas

Debo decir que el choque de trenes Selene-Pérez-Distémper fue muy agradable y que ambos son en persona aún más adorables que en sus blogs. Los detalles quedan entre nosotros y para la próxima el que quiera se pliega.

Lo más absurdo de la velada sin duda fue que estuve por quince minutos sentado al lado de Selene sin estar seguro si era ella o no, hasta que le pregunté. Durante ese cuarto de hora me sentí como algunos años atrás, con ese ridículo malestar estomacal previo a juntarte con alguien que no conoces.

Sí, lo admito, en un momento lamentable de mi vida ingresé mis datos a un patético sitio parejero llamado Midwar.com. Estaba más solo que un dedo y "necesitaba amor". Así que puse mi mejor foto y me largué a escribirle a candidatas que cumplían ciertos requisitos de edad. Luego de algunos intercambios epistolares vía e-mail terminé conociendo en persona a tres:

Caso 1: La llamaremos Bebé porque ella misma se denominaba así. Tenía 24 años, la habían plantado un año antes en el altar -literalmente- y su gran pena en la vida era haber sido desvirgada por el sillín de una bicicleta (me lo contó entre llantos: su sueño era llegar invicta al casorio). Bebé obtuvo mi número de teléfono y una tarde me llamó. Habló por dos horas. Al día siguiente llamó de nuevo. Monologó por otras dos horas más. Al cabo de una semana yo ya sabía que a las 10 de la noche en punto tenía mi sesión de cháchara sin sentido en la que terminaría con ambas orejas coloradas. Bebé lloraba por cualquier cosa, me trataba de 'príncipe', se ofendía si no le prestaba total y absoluta atención, luego me colgaba molesta y volvía a llamar para disculparse. Era como pololear pero sin ninguno de los beneficios del pololeo.

Un sábado me citó a una esquina ignota de Ñuñoa y -debo decirlo- su foto de la página había sido trucada hábilmente. Fuimos a tomar té a un local cercano y en persona no era capaz de hilar dos frases seguidas. La cita fue un desastre. Volvimos a vernos una vez más, ocasión en la que tomó medio vaso de cerveza: quedó como zanja, quebró una botella y le dio hipo. La llevé a su casa en mi auto Juanito mientras se acurrucaba en mi hombro. Yo estaba solo en la vida, ya lo dije, pero por suerte resistí a una tentación que me hubiera conducido al infierno. Durante nuestros dos meses de 'relación' ella sufrió una extraña alergia, robaron su auto, le pegaron a un hermano, perdió un trabajo y su papá se rompió una pierna. La mala suerte la perseguía y yo estaba inopinadamente con ella dentro de esa montaña rusa de emociones. Un día no resistí más y durante su monserga telefónica le dije que ella estaba "medio maldita". Sollozando me mandó al demonio. Sólo llamó un año después para contarme que se iba a casar con el abogado que la atendió luego de que le robaron el auto. Me estaba sacando pica, claro está. Quedó de enviarme el parte de matrimonio.

Caso 2: La denominaremos La Negra (acabo de darme cuenta que olvidé su nombre). Nos juntamos frente a la Casa Central de la UC una fría tarde de feriado. Tomamos dos cervezas en El Mastique y me invitó a caminar por un parque cercano. Debajo de un árbol me tomó por asalto y comenzó a besuquearme: parece que le gusté mucho. El problema es que a mí no, pues físicamente La Negra era todo lo opuesto a lo me gusta en una mujer. La fui a dejar a su casa con la promesa de vernos dos días después en la Plaza de la Constitución, bajo la estatua de Allende (?). Yo iba con la firme decisión de darle un corte rápido, pero usando malas artes femeninas La Negra me obligó a ir a La Chimenea en donde debí pagarle dos vodkas y la tabla de quesos más cara del lugar. Luego en el auto nuevamente me intentó hacer una llave, por lo que tuve que decirle que la cortara con esta frase maestra: "yo quiero ser tu amigo, pero no con besos". No la vi nunca más.

Caso 3: No la llamaremos de ninguna forma porque ella es el amor de mi vida.

Moraleja: la tercera es la vencida.

24.5.05

En defensa de Roberto

Hace cincuenta años, el 16 de abril de 1955, una mediocre escritora entra al elegante Hotel Crillón en Ahumada con Agustinas vestida con un largo abrigo negro. En la cartera esconde su revólver Baby, un arma compacta, casi de juguete. Su nombre es Georgina pero se hace llamar María Carolina, tiene 43 años y -pese a su personalidad cautivadora- muchos coinciden en que nunca ha estado muy bien de la cabeza. Su cita es con Roberto, un viudo quince años menor con quien en el último tiempo ha sostenido un intenso amorío. Sin embargo ella misma ha roto la relación: no cree en el matrimonio y lo incitó hace poco a buscarse a otra. Así, Roberto ha decidido casarse con una antigua empleada, pues quiere formar una familia para recuperar a su hijo que vive con los abuelos maternos. La madre murió hace algunos años poco después del parto: pese a saber que un problema cardíaco podía matarla se arriesgó a quedar embarazada... su corazón no pudo resistir.

En el exclusivo bar del Crillón María Carolina y Roberto no alcanzan a hablar mucho. Él le comunica entre susurros una decisión que ella ya conoce: por eso lleva el revólver. Despechada e histérica, antes de que llegue la cuenta saca el arma de su cartera y le dispara cinco veces por debajo de la mesa. Luego se levanta y chilla algo relacionado con que 'se ha hecho justicia': acto seguido abraza y besa a su víctima. Roberto agoniza en el piso del Crillón mientras la novelista es detenida en medio del escándalo nacional. Va a parar a la Cárcel de Mujeres, en donde escribe el libro homónimo prologado ni más ni menos que por el semidiós crítico Alone. En 1956, ante la presión de un grupo de artistas encabezado por Gabriela Mistral y el propio Alone, el presidente Ibáñez indulta a María Carolina, quien para muchos se ha convertido en un símbolo de la 'mujer apasionada' que haría cualquier cosa por amor. No ha alcanzado a estar un año y medio en prisión. La escritora publica un par de novelas más, ejerce la crítica literaria en El Mercurio y muere de vieja en 1996, a los 85 años.

Roberto era mi tío, hermano de mi abuelo. Tenía poco más de treinta años al morir. Su hijo quedó huérfano de padre y madre a los cinco años. Nunca lo he conocido, sé que tiene la edad de mi papá.

El sábado estuve con mis abuelos y por fin pude hablar sobre el tema con ellos. Ha pasado medio siglo pero su dolor sigue intacto. No sólo por el hecho de haber perdido a un hermano de esa forma horrible, sino por lo absurdo que esa señora haya sido endiosada por la elite cultural del país sin más mérito que el haber asesinado a una persona. Si buscas en Internet, verás que María Carolina Geel sigue siendo levantada como estandarte de cierto feminismo e idolatrada por parte de la comunidad gay (ya que en su libro penitenciario describió sin rubores las andanzas de una colega lesbiana).

A mi abuelo -que es un tipo de 78 años que todavía trabaja y a quien nunca nadie le ha regalado nada- todo esto le sigue doliendo el alma. Me contó que en su época medio mundo solidarizó con 'la artista pasional' y pocos se acordaron de una familia que quedó hecha pedazos y además sometida al humillante acoso de la prensa. Mi bisabuela -a quien conocí- nunca pudo superar el trauma por la muerte de su hijo y jamás entendió que mi hermana se llamara Carolina.

Hace no mucho desarrollé cierta obsesión por la asesina y compré dos de sus libros. En 'Cárcel de Mujeres' relata el crimen: me dejó helado porque descubrí en su descripción de mi tío-abuelo ciertas actitudes que hay en mí. Sí, muchos de quienes llevan mi apellido son insoportables e indolentes (y me incluyo), pero nadie merece morir en manos de una desquiciada que te dispara a mansalva con una pistola de juguete en una especie de macabro acto poético.

Y si nadie va a defender a Roberto lo haré yo, pues.

20.5.05

Jugar a la Guerra

Escribo esto con muchísima pena y rabia, y disculpen si ofendo a alguien o soy injusto, pero no puedo creer que puedan haber muerto más de cuarenta jóvenes porque a un milico irresponsable se les ocurrió llevarlos a pasear a la nieve justo antes de la tormenta. Murieron congelados y sin saber qué hacer, porque apenas llevaban dos semanas de instrucción en su servicio militar obligatorio, no tenían entrenamiento para la nieve y muchos iban abrigados sólo con suéters. Todas las víctimas son reclutas, es decir, cabros recién salidos del colegio probablemente enrolados a la fuerza: todos los oficiales se salvaron. Acá no sirve dar de baja a los responsables, hay que juzgarlos civilmente y hacerlos pagar por su ineptitud.

Después de las brutalidades que nuestras Fuerzas Armadas cometieron durante décadas me gustaría que alguna autoridad valiente -que no existe, es verdad- planteara de una buena vez una cirugía profunda a la horripilante 'familia militar' chilena. Desde el momento en que los uniformados se levantaron en armas contra sus propios compatriotas y se abanderizaron con un color político perdieron para mí toda legitimidad. Basta ya de la cantinela del 'Jamás Vencido' de la Guerra del Pacífico, peleada casi sólo por civiles: la única guerra que los militares chilenos sostuvieron en los últimos 125 años fue contra gente desarmada a la que balearon por la espalda. Hasta hoy cuando pasa un camión con milicos por la calle me dan escalofríos y eso no es normal.

Mientras el resto de los adultos del país trabajamos, nuestros impuestos financian a un lote de vagos clasistas cuyo único papel en la vida del país es jugar. Juego a que hago una guerra en el desierto. Juego a que soy piloto de combates ficticios. Juego a que puedo construir un cohete Rayo (no puedo) y me gasto la plata de diez mil casas en un jet. Juego a que voy de acá para allá en mi jeep con los pelados trotando detrás: si alguno me reclama lo muelo a patadas. Juego a que soy Napoleón dirigiendo una batalla en la nieve con los conscriptos de extras.

Y a los 45 años se jubilan cansados de tanto jugar y todos nosotros tenemos que financiarles las pensiones.

19.5.05

Ventajas y Rebajas

A fines de marzo, cuando este blog navegaba en el marasmo, pretendí relatar mi genial descubrimiento de una liquidación de zapatos en Portugal con Diez de Julio, a tres cuadras de mi casa (lindo barrio ¿eh?, harta chiquilla por acá). Pero descarté rápidamente el tema por fome.

En fin, el punto es que había pasado todo el verano luciendo unas obsoletas y sucias zapatillas CAT que fueron la única opción luego de que mis queridos zapatos de astronauta fallecieran tras múltiples reparaciones. Pero -debo confesarlo- las zapatillas aquellas me daban vergüenza. No es que preste demasiada atención a los dictados de la moda, pero ciertamente era un poco indigno ir a trabajar o presentarme en sociedad con esas mugres de lona desteñida y rotosa. Sin embargo mi insana aversión al gremio del comercio conspiró para que pasaran los meses y siguiera usándolas (luego las lavé y quedaron duras como cartón piedra: falta de enjuague, creo). Mi ley es que el zapato se usa hasta que se rompe y no puedo entender cómo las mujeres pueden manejarse con cinco o seis pares a la vez.

Y así llegamos a marzo: una tarde pasé frente a la citada liquidadora y me sorprendí por lo conveniente de los precios. Sin pensarlo mucho revisé la oferta y elegí unos zapatones que equivocadamente catalogué como bototos de caña baja. Llegué luego ufano a casa anunciando que por apenas once mil pesos tenía estupendo calzado nuevo. "Parecen zapatos de colegio", me advirtieron... Sí, en mi infinita imbecilidad había comprado un saldo de zapatón escolar tipo 'He-Man' de Bata y ni siquiera me había dado cuenta pese a lo obvio (fines de marzo, saldos... mmh). Habitualmente cuando vas a un lugar la gente no repara demasiado en tus pies: en mi caso todo el mundo me decía que parecía colegial y alegres me preguntaban si acaso no le había quitado los bototines a mi hermano chico.

El absurdo tema quedaría ahí si no fuera porque pronto el uso de aquellos calamorros se transformó en una tortura. Me desagrada mucho mencionarlo, pero debo reconocer que tras algunas semanas el plástico del que probablemente estaban hechos me comenzó a hacer transpirar como animal. En medio de mi jornada laboral -y con el frío polar que hace- debía ir al baño, sacarme los zapatos y ventilar los calcetines húmedos agitándolos indignamente por el aire. Apenas llegaba al hogar me ponía mis pantuflas con forma de perro y ese sin duda era el momento más agradable del día. El talco nunca funcionó (suspiro).

Tozudo, estaba resignado a seguir este via crucis hasta cuando fuera necesario, pero afortunadamente algún espíritu se apiadó de mí y el lunes pasado al mugriento zapato derecho se le despegó la suela casi por completo luego de intentar zafar un pestillo. "Se te rompió el bototo", me informó Caramelo La Diseñadora mientras el taco bailaba en el aire a punto de caer. Luego de dos días de miseria -chapoteando en las pozas y tratando de esconder el enorme forado- decidí dejar de hacer el ridículo y partí resignado al mall Florida Center (que por suerte no es un negocio boyante porque a las cuatro de la tarde estaba totalmente vacío; sería la lluvia) "¿Son buenos estos zapatos?", le consulté ingenuamente al señor vendedor. "Sí, los vendimos durante todo el año pasado y no hubo ninguna devolución, además tienen garantía por tres meses", me comunicó. ¿Alguien devuelve acaso sus zapatos luego de tres meses de uso?

Y hoy luzco unos lindos zapatos bailarines de cuero de veinte lucas que espero aguanten el invierno. Bah, ¿¡cómo voy a gastar 50 mil pesos en un par de zapatos!?

17.5.05

Curtis Day

No recuerdo exactamente cómo comenzó a gustarme Joy Division. Sí sé que en 1992 grabé tres canciones del programa 'Al Margen' de la radio de la USACH y no me pude quedar tranquilo hasta que un tiempo después tenía toda su discografía (que es muy breve a decir verdad). Al menos durante un par de años con mi amigo JP celebramos el Curtis Day la noche del 18 de mayo, escuchando en mi pieza cada álbum cronológicamente. En esa época JP bebía, así que la jornada era más amena de lo que parece. Aclaro: nunca el culto a Joy Division ha sido una especie de 'inmersión al mundo dark', o al menos jamás lo hemos entendido así. Es un asunto de cariño hacia un grupo que nos marcó tanto, creo.

También sé que el 2000 se me pusieron los pelos de punta en el impresionante Cementerio Staglieno de Génova, por supuesto sin cámara fotográfica: ahí está la hermosa estatua que aparece en la carátula de Closer, el disco póstumo de la banda. Y sé además que el año pasado sufrí en el Teatro California Stroszcek de Herzog, la película que vio Ian Curtis antes de anudarse con fuerza esa maldita corbata que se lo llevó de este mundo. Siempre digo que uno de los grandes sueños de mi vida es ir algún día a Manchester y dejar un ramo de flores en la tumba del amigo Ian, quien -fuera de la leyenda-decidió colgarse a los 23 años abrumado por una insoportable epilepsia y el abandono de su esposa. Nada de poses de pop-star: una simple tragedia humana acabó con la vida del cantante de voz gutural y movimientos espasmódicos.

Mañana se cumplen 25 años de su muerte y lo menos que puedo hacer es escribir este par de líneas para agradecerle el haberme acompañado durante todos estos años y el poder ser parte de un culto tranquilo y respetuoso.

* A quien le interese, le recomiendo vivamente la estupenda película Manchester: La Fiesta Interminable (24 Hour Party People), actualmente en cartelera, que entre otras cosas relata la historia de Ian Curtis y Joy Division.

16.5.05

Mentalidad Televisiva

Ahora que mi canal preferido ABT mutó a TVO estoy medio confuso respecto a su programación. Además, hay que decirlo, la señal se ve como las pelotas. Sí, podría tener cable, pero sólo TV Max: por 18 lucas mensuales me ofrecen apenas doce canales. Poco. Y no voy a pagar fortunas por una antena parabólica, para eso tengo libros con los cuales divertirme de noche si no dan una película decente en la TV abierta. En cuanto al tema televisivo no quería referirme a La Granja VIP ni a Los Treinta... y no lo voy a hacer. Je.

El punto es que estos días no tuve necesidad de señales de televisión porque disfruté como niño el pack de DVDs de la cuarta temporada de Seinfeld que tuve en mis manos antes que nadie. Dudo que otra serie en mi vida logre hacerme reír a carcajadas como ésta. Sólo el hecho de haber inventando a George Costanza -el personaje más salvajemente humano que se ha visto en TV: egoísta, envidioso, imbécil...- hace que Seinfeld ingrese a mi panteón.

Curiosamente a esta maravilla no la descubrí en el cable, sino cuando la daban en TVN los sábados como a la una de la mañana. El primer capítulo me cargó, pero ya al segundo le comencé a descubrir la gracia. Luego vi la serie completa cuando la daba Sony casi de madrugada: todos los días me despertaba a las seis y cuarto, me duchaba, tomaba desayuno riéndome y a las siete partía al trabajo. Y me iba contento. ¿El mejor capítulo? Cuando George asesina involuntariamente a su novia haciéndola lamer sobres de carta baratos. Uf, qué increíble.

Rara vez he tenido obsesiones televisivas como Seinfeld. La infantil sin duda fue Robotech, especialmente la primera generación con Lisa Hayes (amor de infancia), y luego ese personaje increíble de Zor Prime en la segunda. Un lustro después aluciné con Twin Peaks, que daban los lunes a las diez en canal 13 y luego -ante la escuálida audiencia- fue lentamente cambiando de horario hasta terminar en 'Cine de Trasnoche' (auspiciado por Calzados Guante y Agua Brava, clásicos). Sin posibilidad de grabarla en video logré ver la serie entera aguantando el sueño. Bueno, casi, porque justo en el último capítulo me quedé dormido y no pude saber cómo diablos acababa la historia hasta seis años después. Mmmh. Y la otra obsesión sin duda fue Parker Lewis Can't Lose, una serie adolescente graciosísima y llena de personajes secundarios notables. ¿Alguien se acuerda de ella (la dieron el el trece el '93)? Yo tengo cinco VHS con las dos temporadas completitas.

Ahora casi no veo tele, salvo Los Simpsons.

13.5.05

El Círculo Polar

La empresa en la que trabajo está en crisis. En verdad cuando entré hace dos años ya estaba en crisis. De hecho me tomaron por media jornada porque el pobre Abelardo ya se había vuelto mono haciendo la pega de tres personas. Ahora hace la pega de dos.

Para las Fiestas Patrias del 2003 se nos ofreció un asado de camaradería: el costo fue descontado por planilla a fin de mes (nunca he recibido un aguinaldo acá). Ese diciembre la 'Cajita de Navidad' consistió en pan de pascua duro, crema espesa y un pisco de 35°. El 2004 no hubo asado ni caja alguna. Y como saludo anticipado de Año Nuevo el 31 de diciembre pasado veintidós personas fueron despedidas. Ese día el gerente -que es un gran tipo, aunque no lo parezca por este relato- nos advirtió con bastante pena que de ahí en adelante no habría más despidos masivos: la próxima vez que alguien se fuera sería porque todo se había acabado.


Hoy supe que este año no habrá calefacción en el trabajo. Y para ser francos tengo frío. Hace dos inviernos había una estufa que rotaba por una hora cada vez en todas las áreas. Luego nos cambiamos a este lugar con calefacción central; el año pasado fue muy agradable porque justo el radiador de nuestra oficina está a mis pies y yo los apoyaba ahí cuando llegaba con los calcetines húmedos. Según Caramelo, la diseñadora, este año se optó por ahorrar las cuarenta lucas que costaba el sistema... Obligado a trabajar con chaquetón y gorro de lana. Y aún así tengo frío.

Actualización posterior: no todo es malo. Acaba de caer platita en mi cuenta de la olvidada devolución de impuestos. El sistema funciona. Ñaca-ñaca.

Segunda actualización: además me traje para la casa el pack de DVDs con la cuarta temporada de Seinfeld. En estos momentos me pongo el parche en el ojo. Ñaca-ñaca-ñaca.

11.5.05

El Cilindro de Butano y Propano

- Nooo, yo sé que esto te va a sonar algo agresivo, pero si tú pretendes hacer bien este trabajo debes sumergirte en el mundo del gas licuado, como yo, que llevo siete años en esta empresa y todavía aprendo cosas todos los días - me reprendió el Señor Pajarete.

- La pura verdad - mascullé como un tarado en vez de pescar mi oxidado lápiz y salir huyendo de ahí.

Así que el Señor Pajarete -un tipo que puede tener mi edad- me dejó castigado en una oficina junto a una serie de estudios de mercado y otros textos afines. "Vuelvo después de una reunión" dijo antes de cerrar la puerta, la que no volvería a abrir hasta pasada una hora y media. Ni un vasito de agua me dejó el muy cruel.

Antes, el joven Ingeniero de Marketing (¿existe esa carrera?) me había sometido a un absurdo cuestionario sobre la importancia del gas licuado en la vida del país. Como pensé que me estaba tomando el pelo le respondí según mi manual de perogrulladas, algo que evidentemente le molestó. Aclaro: yo estaba seguro que el objetivo de la reunión -más que evaluar mis elementales conocimientos sobre el propano y el butano- era definir la lista de entrevistados del folletín que supuestamente escribiré para ser repartido a 1.600 distribuidores de gas. "El setenta por ciento son pelagatos, no saben ni leer, por eso tú debes orientarte al resto, los tipos con un poco más de pelo, ellos nos interesan", me aclararía luego Pajarete.

Así que encerrado y solo me largué a leer. Averigüé que -según el estudio de mercado- en general el color del balón de gas no influye mucho a la hora de la compra. Tampoco es demasiado relevante en esa decisión cuán azul es la llamita a la hora de prender la estufa o cocina. El astuto especialista en tendencias descubrió que en general lo decisivo cuando uno compra gas es el precio del gas. Ajá. Para elaborar el estudio se entrevistó a 800 personas de todos nuestros estratos, las cuales fueron sometidas a un cuestionario desquiciado: 17 páginas con 19 preguntas personales y 72 consultas sobre el gas, la mayoría con opciones mútiples. Una especie de PSU (¿PCU?) del gas.

Luego de llenar dos páginas de apuntes tenía la mano medio lacia y tiritona (a estas alturas definitivamente no podría volver al colegio; y yo que era tan bueno para escribir cartas: malditos teclados). Y en medio de un espasmo pretendí reflexionar amargamente sobre las cosas que uno debe hacer para ganarse la vida. Pero por suerte algo me sacó de ese acto de suprema idiotez: un despistado creyó pertinente incluir al final del Manual de Procedimientos de la empresa una especie de decálogo de la funcionaria modelo, en este caso la telefonista que tramita los pedidos de gas y recibe reclamos. Lo encontré tan didáctico que decidí transcribir lo más interesante en mi rancia agenda del 2002, pese al citado cansancio de mi extremidad. Acá va:

Cuando volvió Pajarete a darme una charla sobre el complejo sistema de traslado del gas licuado desde los pozos petroleros hasta el cliente final lo escuché con la mayor atención que le he prestado a nadie en mi vida. Copié con detalles el esquema que dibujó en la pizarra y me faltó sólo parar el dedito para contarle que había aprendido muchas cosas en esa hora y media que me dejó recluido. Le mostré mis apuntes y le comenté qué interesante era que el gas de los cilindros fuera aromatizado con azufre para advertir al ciudadano sobre posibles fugas. Me despedí con un fuerte apretón de manos y cuando ya había anochecido me vine silbando a casa, compré unos ricos pasteles y me sentí feliz de ni siquiera haber hecho el intento de quejarme por mi 'triste esclavitud'.

9.5.05

Doña Griselda sobre el tejado caliente

Salí a la terraza con una taza de té en la mano derecha y un cigarrillo en la izquierda. No soporto fumar si no es tragando un líquido o mascando una pastilla de menta o limón. Y en eso estaba, sereno mirando el horizonte, reflexionando sobre el sistema de descenso de nuestra segunda división... cuando un ángel cayó del cielo.

Bueno, al menos eso creí yo, boquiabierto. Pero me equivoqué. Nada de ángeles: era la ya afamada Doña Griselda paseando por el techo. La venerable anciana intentaba arreglar una plancha de zinc que se había corrido de la casa de su nieta, originando tal vez una irritante gotera. Así que cobardemente me agazapé en un rincón e inmortalicé para la posteridad este momento mágico. Esta vez, al menos, no estaba armada.

8.5.05

El tiempo no pasa en vano

Antenoche le contaba a mi hermano que mi principal temor frente a esta reunión quinquenal de ex compañeros de colegio no era sufrir una peladilla y ser abandonado desnudo en medio de un cerro. Nunca fui sometido a humillaciones así y por cierto a estas alturas de mi vida no estaría dispuesto a tolerarlas voluntariamente. No, mi miedo era a estar por horas y horas en un lugar en donde nadie me prestara la más mínima atención. A tener que asentir sonriente desde un rincón a chácharas sin sentido. A soportar la ostentación de nuestra clase media emergente y aspiracional. A emborracharme a mediodía de puro aburrimiento.

Hubo un poco de eso y en efecto uno de los concurrentes intentó amenizar la jornada burlándose de mí. Pero le paré los carros de inmediato. Me sentí tan cómodo: jugué a la pelota sin que nadie me invitara, atajé bastante y fui felicitado. Ja. Creo que conversé casi con todos los que fueron. Cuando ciertas charlas sobre el costo-beneficio de lo que haces en la vida me fastidiaron me fui a otra parte. Y descubrí a mucha gente que ahora podría ser perfectamente amiga mía, aunque no lo vaya a ser. A tipos casados y con hijos, a solteros empedernidos, a gente con la que nunca hablé antes. Por fin me sentí a la par. Claro, algunos siguen siendo igual que siempre: pinochetistas, homofóbicos recalcitrantes, arribistas metalizados... tarados en suma. Pero ahora eran minoría, evidentemente. Ha cambiado el puto tiempo y ha cambiado para bien.

Y también me reí largo rato con Pancho Aguayo, quien inesperadamente resultó ser un tipo más parecido que la cresta a mí. En suma, lo pasé bien contra todo pronóstico. Valió la pena y estoy contento.

Además, debo decirlo, no estoy ni guatón ni pelado ni arrugado. Y ni siquiera me embriagué.

6.5.05

Exijo ser un héroe

Distempercito ha salvado una vida. Relato minuto a minuto del hecho:

08:30 AM Mi jefe, vecino de PC y por qué no decirlo amigo (a quien denominaremos 'Abelardo' en un simpático guiño a DLP) intenta lavarse una pezuña en la ducha. Para acomodarse agarra el fierro que sostiene la cortina de baño; por desgracia, la débil estructura no soporta el peso del robusto joven y sale de su lugar. Abelardo, desequilibrado, resbala golpeándose el cuello contra el borde de la tina: nuestro muchacho pierde el conocimiento mientras el agua tibia corre hacia el desagüe aseando finalmente el pie que inopinadamente causó la tragedia. Abelardo vive solo y nadie repara en su desgracia.

09:10 AM Distémper, sentado puntualmente en su puesto de trabajo, se sorprende por el retraso de Abelardo, aunque lo atribuye a alguno de sus frecuentes problemas con la puerta de casa o al olvido de la colación. Para ser sinceros, el apuesto mozalbete no le da importancia alguna a la tardanza.

09:50 AM Una vez arribadas las diseñadoras que completan el equipo de trabajo, Distémper les inquiere sobre Abelardo. Sin embargo las lolas aseguran que el día anterior no ha advertido sobre un posible atraso. Distémper hipotetiza sobre la eventual concurrencia de Abelardo a alguna reunión fijada a última hora y olvida el tema.

11:32 AM Caramelo, una de las diseñadoras, confirma con el timonel de la empresa que Abelardo tampoco le ha avisado sobre el -a estas alturas- escandaloso atraso. Cunde la preocupación en la planta de funcionarios.

11:47 AM Luego de bucear por 15 minutos en un cuaderno lleno de datos inútiles, Distémper encuentra el teléfono que Abelardo previsoramente le ha dictado un par de semanas atrás. Lo llama a casa pero nadie contesta. Especulaciones indican que Abelardo ha renunciado sin anunciarlo a nadie y se ha marchado a recorrer el mundo.

12:18 PM A lo lejos por Av. Santa María se ve aparecer a un aturdido Abelardo. Entra a la oficina anunciando que se ha caído en la ducha. Tres horas estuvo desmayado en la tina hasta que la llamada de Distémper lo despertó. Durante ese lapso el agua corrió dejándole los dedos de los pies como 'viejitos'. La llama del fiel cálifont jamás se apagó.

12:19 PM Abelardo no logra hilar bien las frases y olvida frecuentemente el nombre del lugar donde sufrió el accidente doméstico: la tina. Dice cosas como "es que me caí en la... en la.... ¿bah, cómo se llama?". Sus movimientos son torpes y cierta dislalia impide el buen entendimiento de su relato.

12:21 PM Abelardo es llevado raudo hacia una clínica, en donde una tomografía revelará un leve esguince cervical pero ningún compromiso craneano. Finalmente es despachado a su hogar con un implemento ortopédico en el cuello.

Es decir, si Distempercito no telefonea a casa de Abelardo, el muchacho jamás despierta y fallece tal vez ahogado en su propia mugre. O de hambre. O de frío...

Este episodio de monumental nobleza me hace recordar al bueno de Holden Caulfield y su íntimo deseo de proteger a los niños que desbocados corren al lado del barranco. O el capítulo de Homero y su guardería. Soy un hombre nuevo.

Héroes desinteresados: eso es lo que el mundo necesita.

4.5.05

El Llanto del Hombre Libre

Por quince minutos mi vida se transformó en un infierno. Primero se rompió una persiana, inmediatamente explotó la ampolleta del hall, luego quebré un vaso en la oscuridad y acto seguido se me cayó un limón adentro de la taza de té derramando todo su contenido por la cocina y quemándome un dedo. Así que en un nanosegundo decidí descargar mi furia pateando algo. Miré velozmente alrededor y -descartando de inmediato superficies más duras como el refrigerador o el lavaplatos- elegí darle el puntapié al canasto de las verduras. Por supuesto mi dedo gordo le apuntó medio a medio a un fierro y quedé tirado en el suelo gimiendo de dolor. Afortunadamente no fue el pie izquierdo, pues la uña del pulgar la tengo para la miseria desde hace meses luego de un partido en que me pisaron: aún está de color tornasol... Bueno, así que ahí estaba, botado en el frío piso de la cocina con varios tomates desparramados a mi lado y lágrimas en los ojos. Cuando el dolor comenzó a amainar (y vi que la lesión no era de cuidado) me largué a reír ante mi infinita pelotudez.

Más tarde -a propósito de ese estúpido conato de llanto- recordé un post de Bada en el que cuenta cómo vio a una pareja de adolescentes marihuaneando delante de su hija de dos años. Le comenté que muy pocas cosas me hacen llorar, pero el desprecio y el abandono de los niños logran ponerme los pelos de punta. La semana pasada tuve que contener las lágrimas al leer sobre esa niñita en Aysén que todos los días cruza el mar en una balsa de plumavit para ir al colegio. Y para qué hablar de esas historias de niñitos de la Teletón que te dejan hecho bolsa (y eso que siempre critico el show de la Teletón y trato de no verlo, pero en verdad es justamente porque me da una pena negra; por eso igual doy plata).

Claro, para sollozar también está la nostalgia. Hace poco compré el DVD de Heidi y estuve horas con los ojos a punto de explotar. Me acordaba de cuando veía la serie en el campo en el televisor Antú junto a mi hermana Carolina que ahora está tan lejos. Era una vida tan bonita y recordarla me hace pedazos. O cuando vi hace poco unas imágenes de archivo del Conejito TV... Uf.

En mi vida personal lloriqueo muy poco. Tuve un pololeo muy sufrido, pero recuerdo haber llorado apenas un par veces en esos cuatro años. La última vez que lloré a mares fue hace ya un buen tiempo, cuando después de terminar le escribí una carta intentando explicar qué diablos me había pasado. Ahí se acabó todo y el llanto me sirvió mucho para ponerle un definitivo punto final al tema.

Ahora bien, mientras escribía esto me acordé de una lloradera espantosa durante una Navidad que pasé solo y borracho en un hotel de Villafranca de los Barros, Extremadura. Si este blog llega a diciembre prometo recordarla como historia de Nochebuena tipo Dickens.

2.5.05

Life is life

Todos los días cuando voy a la pega me cruzo con el mismo tipo que también en bicicleta va en sentido contrario. Me habían bajado ganas de saludarlo, pero en estas ocasiones me doy cuenta que sigo siendo bastante tímido. Eso hasta hoy, cuando paré a comprar cigarrillos en un quiosco y a lo lejos lo vi fumando apoyado en un basurero. Nos sonreímos y luego seguimos el camino. Evidentemente era un contrasentido que estos seudo-deportistas matinales estuvieran dedicándose al vicio a las ocho de la mañana.

Fumar es una buena porquería. Últimamente he reducido mi cuota a unos cinco cigarrillos diarios, pero no soy capaz de dejarlo a pesar de mis múltiples promesas. Si no tengo cigarros me desespero, por lo que guardo algunos de emergencia en distintos escondites. Y ni siquiera disfruto fumar, amanezco todas las mañanas con dolor de garganta y creo que sólo lo hago para aplacar los nervios. En situaciones sociales cómodas fumo como chimenea (y en incómodas, como carretonero constipado).

Mi primer cigarrillo me lo fumé en octavo básico y quedé mareado como pollo. No reincidí hasta segundo medio, donde hacía como que fumaba pero sin aspirar. Volví al vicio en la universidad con los desaparecidos Kent Largos y Lucky sin Filtro, pero volví a dejarlos tras una bronquitis. Estuve seis meses invicto, pero por desgracia pasé un verano completo sin saber si me iban a echar o no de la carrera y en medio de mi angustia volví a la carga nicotinosa. Luego comencé a pololear con una chiquilla que fumaba hasta en la ducha -y no es talla- y con ella me fui al carajo. Durante una crisis sentimental sufrí tanto que comencé a echarme encima una cajetilla diaria. Eso, hasta que se me acabó la plata pues estaba cesante hacía como seis meses.

Y ahí tuve mi experiencia con los Life. La cajetilla de diez cigarrillos costaba 150 miserables pesos, los que juntaba de un frasco donde había reunido monedas de a 10 en algún momento de mayor abundancia. Tengo la seguridad de que esas mugres no contenían ni un miligramo de tabaco; a veces dentro del cigarrillo te salían pedazos de cartón, tierra o ramas. Y después de cada piteada quedabas con carraspera. Un asco. Como estaba tan pobre, dividía los Life en tres partes y así pasaba la tarde. Al cabo de tres meses quedé con los dedos completamente amarillos y mejor no menciono cómo tenía los dientes: por suerte encontré trabajo y pude volver a los Belmont, pagué una limpieza dental y me saqué las manchas de las manos con aguarrás.

Ahora que estoy más pituquín volví a los Kent, que en realidad son como fumar aire. No, en realidad no es cierto. ¿Y si vamos dejando de fumar, ah?