29.9.05

El Médico de la Familia

Llegué reptando a la farmacia luego de dejar un rastro de moco desde Plaza Italia hasta Vicuña Mackenna con Diez de Julio, la esquina más bonita de Santiago. Maldito resfrío: apenas podía abrir los ojos por la congestión. Quería comprar Tapsines, pero la dependiente me sugirió Cotibines pues traen más paracetamol. En otras circunstancias me habría molestado la intromisión, pero la veterana comisionista era simpática y lo único que quería a esa hora era llegar rápido a casa a acostarme.

En algún momento de debilidad accedí el año pasado a integrar el Club de Amigos de Cruz Verde o algo así, por lo que poseo una tarjeta alusiva cuya utilidad desconozco (y después me quejo porque mi nombre aparece en todas las bases de datos del país). En fin, luego de dictarle mi RUT la dama revisó su pantallita y me formuló el consabido comentario: “famila de médicos, ¿eh?”. Como es usual, le respondí con la cantinela de que sí, que el doctor Hugo P. era un tío lejano y que ya falleció. “Sí, lo supe, qué pena. Los P., puros médicos… usted es doctor, ¿no?”. No.

La cuestión es que por razones que ignoro mi inusual apellido es famoso en los círculos médicos chilenos. Parece que este Don Hugo -a quien no conocí en mi puta vida y que en realidad no es mi tío, al menos no que yo sepa- era muy respetado y escribió un libro sobre algún tema interesante. Bueno, acabo de buscar en Google y confirmé algo que sospechaba: en realidad hay por lo menos dos Hugos P., uno huesólogo y el otro endocrinólogo. Incluso existe un “Premio al Investigador Joven” que lleva el nombre de uno de ellos, no sé cuál. Mira tú. Si hubiera estudiado medicina y me llamara Hugo estaría condenado al éxito. Además podría decir "hola, mi nombre es Hugo...".

Cada vez que voy al doctor -particularmente si es mayor de 40- sé que me va a preguntar por alguno de estos Hugos y yo le voy a decir que, claro, es mi tío, pero hace años que no lo veo: líos de familia, usted sabe. ¿Por qué miento? Supongo que es con la vana esperanza de que el galeno le haya tenido algún cariño o respeto a este señor y por deferencia no me asalte a mano armada en la consulta. Aparte de ello, mi apellido no me reporta mayores beneficios, salvo la invitación al apodo fácil que persigue a toda la familia y su original musicalidad que contrasta con otros más toscos como Soto (con el perdón de los Sotos).

26.9.05

Peregrinación Dominical

El culto mariano no me despierta mayor devoción y de hecho sigo esperando a que un pastor luterano golpee mi puerta para convertirme a una religión sin iconos, beatos ni santones. Sin embargo debo admitir que la contemplación dominical de la figura de la Virgen María me despertó emociones que lindaron lo místico: la alba imagen apareció como de la nada y me dio fuerzas para seguir adelante en mi proeza. En ese instante venía bufando y resoplando en medio de espasmos mientras me quejaba lastimeramente por la peregrina idea de llegar pedaleando hasta la cumbre del Cerro San Cristóbal.

Hace algunas semanas Ram me contó que ya había hecho cumbre varias veces y con Manguac aplicamos lógica elemental: si un tipo parecido a un Ewok podía hacerlo entonces por qué no nosotros, lolos atléticos y esbeltos. Así que los tres nos juntamos en la callampa gigante de la entrada de Pedro de Valdivia para emprender el desafío (parece que el aquel hongo lo demolieron hace años, pero da igual). Yo andaba algo chambreado pero me sentía con la energía suficiente como para iniciar el periplo.

Primer error: intentar aprender en plena ascensión cómo funciona el sistema de cambios de una bicicleta. Siempre ando en el llano así que no tenía ni puta idea para qué servían las palanquitas del manubrio.

Segundo error: creerme Peter Tormen y tratar de subir a toda velocidad. Al par de metros ya sentía que los pulmones me salían por la garganta y descubría dolores musculares que no sospechaba existiesen.

Lo más humillante era ver cómo todos los deportistas matinales -pero todos, incluso abuelitas a pie- me adelantaban sin mayor esfuerzo mientras yo jadeaba transpirando como un animal. Uno tiene la errada idea de que Santiago a las once de la mañana del domingo es un páramo en donde medio mundo duerme la mona. Craso error: el cerro parecía Paseo Ahumada, pero en vez de oficinistas abundaba la pareja enfundada en lycra y el familión caminante. Macanudo me parece, me hizo recordar ese viejo jingle “el depoooorte, junto a la Digedeeeer, laralá”. Pues bien, para reponer fuerzas paramos en la piscina Tupahue, en donde al borde del vómito creí desfallecer e incluso evalué devolverme guarda abajo con la derrota a cuestas. Pero me dio legítima vergüenza masculina y decidí seguir pese al inminente síncope.

Por alguna razón que atribuyo a fuerzas superiores el resto del camino se me hizo bastante más soportable y por una nariz llegué primero a la meta, completamente exhausto y con sudores fríos pese a la canícula primaveral. Ya más repuestos, disfrutamos de un mote con huesillos heladito que para el caso bien puede ser comparado con el maná caído del cielo. Tenía algo de susto ante el descenso, pues mis frenos están para la corneta, pero ni siquiera consideré el riesgo mientras bajaba hecho una goma, contemplando el paisaje que no me había molestado en mirar mientras sufría subiendo. Cuando nos separamos hice hincapié en lo metrosexuales que estábamos, pero Ram y Manguac me mandaron a freír monos acusándome de no entender una raja sobre el significado del término.

22.9.05

Filete Musical

Venía pateando la perra luego de dejarle mi autito al borde de la explosión al Mecánico Amigo, el mismo maldito que un día antes me lo había devuelto “impeque, cero kilómetro”. La reparación costará el equivalente a una lavadora o un refrigerador: según mi hermano las tarifas de estos talleres son absolutamente arbitrarias, al igual que los honorarios de un médico brujo o un técnico en informática. Evidentemente una empaquetadura de culata (¿qué mierda será eso?) no cuesta 150 mil pesos, pero la mano de obra -llamada también en Chile ‘obra de mano’ en un extraño circunloquio verbal- tiene un valor nebuloso que se camufla detrás de la jerigonza previa a la entrega de la colosal factura. Así termino pagándoles cifras descabelladas y sin dudarlo mucho, pese a que a la hora de comprarme una camisa de diez lucas lo pienso tres veces y al final me arrepiento. Los mecánicos amigos, además, te cobran lo mismo que un enemigo parido, pero la amistad impide mandarlos tranquilamente a la chucha por entregarte un servicio descuidado y lento.

En mi nuevo status de peatón rumiaba también por haber comprado justo un día antes una huevadita de reproductor de mp3 que en ese instante me colgaba como escapulario cibernético alrededor del cuello. “Por tu culpa tengo ahora el presupuesto desequilibrado”, acusé mentalmente al cachivache como si fuera responsable del percance. Atribuía mi desgracia a malignas fuerzas superiores que me castigaban por haber gastado plata en el juguete y -lo admito- parecía huevón de lo mosqueado que estaba.

Evito las micros como al vino en bolsa, así que decidí caminar las treinta cuadras de vuelta a mi casa para relajarme un poco. Y me puse los ridículos audífonos blancos (obvia invitación al asalto) para hacer más soportable el trayecto. El día anterior había cargado el chisme con una carpeta llamada Filete Musical que reúne lo más granado de mi demencial colección de basura ochentera:


La primera canción en aparecer fue Somewhere in my Heart de Aztec Camera, que debo reconocer me devolvió el alma al cuerpo. Marvellous de The Lightning Seeds me generó genuina alegría. Luego siguió Seventeen de Ladytron, con la cual comencé a mover la patita. A continuación Don't Tell Me de Blancmange me sacó un espontáneo aplauso (¿alguien conoce a Blancmange? No). Reap the Wild Wind de Ultravox casi logró que una lágrima rodara por mi mejilla. Cof cof. Y con Situations de Cetu Javu terminé como Gene Kelly en "Cantando Bajo la Lluvia", pero sin lluvia.

Podría haber seguido aplanando calles con el aparato enchufado en la oreja hasta Manquehue con Matucana y ni haberme topado con el Huaso Reggetonto o el Señor Cañería me habría quitado lo contento. Lo mejor es que en vez de eso llegué marchando a casa feliz de la vida, me disculpé con Corontín (porque así bauticé al estupendo aparatito) y olvidé el puto motor, la rabia vital, la cacha de la espada y las ganas de estar atormentándome la existencia por huevadas.

20.9.05

Impecable Parada Militar

Santiago exhibe al visitante una serie de esperpentos costumbristas: el Apumanque, Plaza San Enrique, el Bali Hai, lo que queda de Mundomágico, las Isapres, el Pueblito de Los Dominicos, Estudio Gigante cuando existía o la cadena Pub Licity asoman en esta galería del horror. Pero sin duda el popular restorán Los Buenos Muchachos ganaría cualquier concurso de mal gusto si es que lo hubiera; aunque pensándolo bien en realidad sí los hay y por montones, cosa de prender la tele tipo siete de la tarde para confirmarlo. En fin, por azares de la vida terminé almorzando en ese decadente agujero justo el día en que Chile conmemora la adhesión incondicional de un par de vejetes sifilíticos al Rey de España. Yo no estaba festejando el 18 sino un cumpleaños, pero para el caso da lo mismo.

Ya difícilmente soportable se me hacía engullir el mezquino pan con pebre con la orquesta asesinando a todo volumen diversas tonadas de nuestra tierra, pero al menos el interminable desfile de trajes típicos que nadie usa ayudaba a matar el tiempo durante los 45 minutos que demoró la preparación de mi escuálido plato. Sin embargo, cuando por fin pude degustar el carpaccio -así es, sigo en mi campaña metrosexual- un guatón disfrazado de huaso tomó un micrófono que no soltaría más y ordenó que todos los comensales nos pusiéramos de pie.¡Ahora vamos a entonar nuestro Himno Patrio!”, chilló marcialmente. Obediente, la clientela se paró al unísono cual regimiento y cantó a voz en cuello la tercera canción nacional más linda del mundo (el cadencioso himno de Bután ha subido como la espuma en el ránking). Dignidad ante todo: pese a las docenas de miradas censuradoras seguí sentado mientras engullía trocitos de carne remojada y luchaba por ensartar las esquivas alcaparras. Curiosamente esta vez no se interpretó la segunda estrofa, aquella de los valientes soldados, según dictaba una vieja costumbre del lugarejo. Luego de un par de ceacheís -con puño al aire incluido, onda patriota barrabrava- el animador permitió que la concurrencia tomara asiento y pudiera seguir tragando. No sé, pero encuentro algo raro pagar para que un gordo te mandonee: en ese caso mejor tomo un curso de blogueo, digo yo. Ja.

¿Quién puede genuinamente disfrutar una comida en medio del griterío? La buena digestión sin duda es imposible si tienes a tu lado a un tipo bramando como un barraco. Tal era el estruendo que ni a gritos se podía conversar: obligados entonces a deglutir mirando cómo el pueblo movía la raja de un lado a otro, nuevo pasatiempo nacional que ha desplazado al trompo, la rayuela corta y el pollo al velador. No tengo nada contra el baile, pero comer bailando ya es como mucho. Para más remate a la hora del postre el rechoncho maestro de ceremonias mostró la hilacha sin pudor, dejando de lado el atuendo huaso para lucir unos coquetos pantalones plateados y -en un concierto de alaridos- guiar a medio centenar de damas de todas las edades en el arte del reggaetón. Dos cosas me quedaron claras: 1) para bailar esa seudomúsica como corresponde debes aprenderte al menos cuarenta coreografías; 2) ni Hitler tenía a las masas tan entrenadas.

15.9.05

Pequeño Emprendedor

Hace diez días el Club de Polo acogió la despedida de una funcionaria ejemplar que se marchaba en busca de nuevos horizontes profesionales. Parabienes, buenos deseos y dudas:

- ¿Adónde te vas, Jennifercita?
- Es un secretito, ji ji ji.

El misterio se develó hoy: Jennifercita ha creado una empresa idéntica a la nuestra. La muy fresca se llevó hasta las mismas fotos de los peluches enlatados. Afortunadamente no copió las descripciones, que tienen mi copyright. La simpática colección Mi Lata consiste en una serie de personajes de género que se asoman desde latas metálicas; en este caso, un regalo ideal para adular a la tía buena onda”. Ah, pura poesía en prosa, la mano hábil de Distempercito se nota a leguas... Cuando publique mis Obras Completas estas piezas de haiku marketinero valdrán oro.

En fin, como tantas otras puntocom supongo que Rosas y Detalles -vaya nombre- prontamente naufragará en la más anónima bancarrota y Jennifercita con ella. Pero aún así no puedo dejar de admirar el valor de aquellos empleados que se aburren y deciden ser sus propios jefes, renunciando a un sueldo fijo, café gratis y aguinaldo dieciochero. En mi caso sería más sencillo obviar este último beneficio, pues el aguinaldo 2005 será bajo ($0), aunque nada malo comparado con el del año pasado ($0). Sí, es cierto, resulta raro que nos descuenten por planilla las tres lucas per cápita que costará la seudo-fonda de mañana; no obstante, nada puede reemplazar "el goce de compartir un choripán / con pebre cuchareado / en el estacionamiento / junto a otros asalariados". Me salió verso, tiquitiquití.

Pero dejándonos de idioteces, divagaciones y gratuitos sarcasmos contra mi empleador -los que fácilmente podrían conducirme a una independencia laboral forzada- debo admitir que por desgracia mis genes carecen por completo de aquello que se denomina espíritu comercial. A veces me gustaría fabricar kilos de mermelada en una cacerola inmensa e instalarme en la puerta de acá abajo a venderla. O comprarme veinte computadores y montar un cybercafé con piernas para los mecánicos de Diez de Julio (no es mala idea, ¿eh?). Pero estoy condenado: mi familia no sabe vender.

Pruebas al canto. Aprovechando sus vínculos con el mundo aeropostal, mi padre intentó en variadas ocasiones importar cosas y distribuirlas acá: fracasó miserablemente. Mi madre administró un minimarket: la cajera se comía hasta el detergente. Y sí, yo mismo sostuve precariamente una PYME. O algo así. Un buen día salí cargando una bolsa llena de antigrasas, limpiavidrios, esponjas y otros productos de limpieza; tomé una micro hasta Maipú y recorrí cuarenta cuadras bajo el sol abrasador de enero. Pero ni siquiera suplicando logré que alguna señora me comprara aunque fuera una virutilla de doscientos pesos. A mediodía tomé la micro de vuelta, me pagué un aromatizante de inodoros, entregué la plata de esa única venta y me devolví a casa pateando la perra. En mi breve carrera de pequeño-empresario, hay que decirlo, me fue como las reverendas huevas.

12.9.05

Tierra Húmeda

En verdad el temperamento patriótico-festivo no lo tengo desarrollado. La cueca me parece un baile monstruosamente espasmódico, no elevo volantines y la única vez que asistí a la Parada Militar me quedé dormido en la cuneta ante el letárgico paso de las tropas (y eso que estaba trabajando). Septiembre pasaría como cualquier otro mes en el calendario de no ser por la insólita cantidad de cumpleaños y afines que se me apilan en este mes: siete festejos en total. Y, claro, por el ansiado inicio -y término- de la temporada de digüeñes. “¿Pero qué chucha es un digüeñe?”, se inquirirán. Pues esto:

Franja cultural: el digüeñe es un hongo comestible que crece en la precordillera del Bío Bío justo antes de la llegada de la primavera. Se come en ensalada con cilantro y vinagre, o bien frito y salpimentado. Estas bolitas albinaranjas de sabor inexplicable y textura viscosa aparecen espontáneamente entre las ramas de los árboles llamados hualles (en ciertos pueblos del sur a los borrachos catetes les dicen ‘digüeñes’ porque para sacarlos hay que darles un par de palos). Ya en octubre es imposible encontrarlos.

Es muy difícil obtener digüeñes en Santiago: si no fuera por mi mamá y su infinita red de contactos simplemente me habría olvidado de ellos. Grande mi madre: soy un mamón y lo admito.

Viví mi infancia en el campo, al interior de Mulchén, solo junto a mis papás, mi hermana, varios perros, aves de corral, vacas, ovejas y un caballo. Las cajas de digüeñes representan recuperar momentos perdidos, recordar casi de milagro un sabor que estoy olvidando a medida que me hago cada vez más huevón. Algunos critican la nostalgia per se, como si uno extrañara a la vieja de mierda, las camisas rosadas o El Festival de la Una. No pues, las pelotas, no es eso. Lo que echo de menos es la felicidad plena de mi niñez, nada más. Me pasa cada vez que huelo tierra húmeda, veo un capítulo de Heidi o en el cielo se divisa un ‘avión lápiz’. O a veces cuando pruebo una ensalada de tomates sacados de la mata y digo “¡chuta, éste es el sabor que tenían en realidad los tomates!”. Y, claro, cuando recuerdo a mi abuela Lucía. Ahí me voy a la cresta.

8.9.05

Boca a Boca

Caramelo la Diseñadora recibió una entrada gratuita para asistir a la Avant Première de una película de aventuras. A la salida de la gala, muy contrariada, le manifestó a viva voz a su acompañante “¡puta la hueá mala!”. Infortunadamente justo al su lado degustaba un canapé Tren Parado, distribuidor del film, quien no sólo había disfrutado genuinamente la función sino que además trabaja junto a nosotros como parte de esta gran familia. Dada la confianza, el enorme muchachote le comentó a Caramelo muy cortésmente que había visto ya unas trece veces la cinta y que cada día la encontraba mejor. Y se fue. Sin embargo, una semana después volvió sobre sus dichos y le protestó con amargura: “este negocio funciona por el boca a boca”, se lamentó. Incluso, con el corazón en la mano, nos sugirió que el futuro de la empresa podría estar irremediablemente estropeado a raíz del desprevenido comentario de la lola en el cine.

La lógica de Tren Parado es ésta: más de alguien durante el ágape en la multisala habrá escuchado la lapidaria apreciación de nuestra crítica amateur, luego probablemente cada uno la repitió a sus amistades y familiares, quienes tras cartón la difundieron en sus lugares de trabajo, esparcimiento o estudio, y así el prejuicio creció como una bola de nieve desalentando a decenas de miles de potenciales espectadores. En efecto, a la película le ha ido como el orto. El boca a boca, pues.

Si Caramelo hubiese exclamado “¡guau, qué fantabulosa obra maestra acabamos de presenciar!” probablemente ahora nadaríamos en la abundancia. Mmmmh. Es como la Teoría del Rumor, pero aplicada al sistema de libre mercado de manera psicoptimista. Por ejemplo, hace algunas semanas sufrí en el cine el trailer de Stealth y, angustiado, me puse a rezongar a grito pelado “no, por favor... ¿máquinas que se vuelven locas?, pffff, ¡basta ya!, ¿¡creen que somos imbéciles acaso, qué clase de recocido es éste!?”. Probablemente alguien escuchó mis alaridos y el boca a boca llevará a la cinta al fracaso, dejando a los distribuidores y sus seres queridos en la inopia.

Ahora bien, dejándonos de huevadas, he decidido estimular este fenómeno boca-a-boquístico elaborando una lista -están de moda las listas- de las películas más abominables que recuerdo. Sin duda se trata de un recuento incompleto pero necesario en un momento en que el séptimo arte navega por un pantano de estiércol. Espero que mis sutiles juicios lleguen velozmente a oídos de los productores de Hollywood y tomen cartas en el asunto. De nada.

  • Tras Líneas Enemigas: un batallón serbio le dispara setecientas ráfagas de metralleta a un gringo gil que corre a campo abierto. Ninguna le da. Maldición.
  • The Invisible Circus: Cameron Díaz como terrorista- buena-onda de las Brigadas Rojas. Con razón se disolvieron.
  • Matrix, Shakespeare Apasionado y Misión Imposible 2: me dormí con las tres, dos veces cada una. Ideales para el insomnio.
  • Minority Report: si el futuro es tan fome prefiero morirme ya.
  • Sangre Eterna: cómo lograr que un vampiro se vuelva un zopenco soso y latero.
  • El Aro y todas sus secuelas, precuelas y adaptaciones: largo bostezo oriental. Más susto da la edición central de Meganoticias.
  • Simplemente Irresistible: simplemente una bazofia.
  • Sexo con Amor: eterno sketch de Venga Conmigo amplificado por el morbo-marketing.
  • La Vida de David Gale: doce puñaladas por la espalda son más leales que este vómito manipulador.
  • Chicago: nunca el cine había parido protagonistas más antipáticos. Váyanse a bailar al Congo Belga será mejor.
  • Dot the I (Obsesión): date una vuelta de tuerca en el aire, director de la conch...
  • El Patriota y Gladiador: la misma mierda fascista y descerebrada con diferentes trajes de época.
  • Los Vengadores: ¿necesito explicarlo?
  • América X: solapada y torcida invitación a salir a matar negros. Film de culto, además.

5.9.05

Combo Hipotecario

Eran las 9:12 PM y estaba en Plaza Italia buscando una schopería cuando me llamó Pedro Pablo Russo, mi ex ejecutivo de cuentas del Banco de Chicle. Hace sólo mes y medio lo mandé a la mierda y luego lo acusé de ser un flojo rematado cuando el servicio de Asuntos Internos (o algo así) me contactó para saber por qué cresta había emigrado de su porquería de banco. "No puedo creer que uno de nuestros funcionarios sea tan incompetente", me expresó esa vez, turulata, la fiscalizadora. "Ajá, póngale ojo a ese tema", respondí yo perspicazmente y desahogado al fin.

Pues bien, al contestar la inusual llamada pensé que Pedro Pablo querría vengarse por mi puñalada trapera, que me iba a ofrecer combos en el hocico o me citaría para un duelo a medianoche. Nones. Muy cordial y con voz engolada me ofreció un vespertino crédito por 2 mil UF, el mismo monto que había tramitado hace un año y él mismo saboteó. Un combo me ofreció al fin y al cabo, un combo hipotecario.

- Mira, Pedro Pablo, no entiendo nada, ya no soy cliente de tu banco y te insulté hace poco por teléfono, ¿no te acuerdas? – le dije.
- Ah, no, ¿en serio?... mmmh, ¿igual te interesa el crédito, no? Es una súper buena oferta y una gran oportunidad para volver con nosotros – fue su maquinal respuesta.

Iba a putearlo de nuevo pero me dio pena. Incluso le pedí que llamara al día siguiente para hablar con calma. ¿Qué clase de patrón tiene que lo obliga a estar telefoneando a extraños a las nueve de la noche? Mi padre me confirmó la sospecha: llama a esa hora porque durante el día nadie lo pesca, ni siquiera lo dejan terminar de saludar. Ya en casa, después de tomar el tecito y ver la teleserie, el cliente está más atontado y receptivo para contratar cualquier cosa, incluso un seguro para el lápiz Bic.

Hay que tener cuero de chancho para soportar un trabajo así, yo no aguantaría una semana y lo admito. Un amigo mío -gran persona el Pancho- es cajero de banco. Su trabajo es monótono, debe pedir permiso para ir al baño y si te entrega diez lucas de más al cambiarte un cheque recibirá esas mismas diez lucas menos en su sueldo a fin de mes. Pero en mi infinita idiotez yo pensaba que tipo cuatro de la tarde ya estaba en su casa durmiendo la siesta: craso error, pues luego de cuadrar la caja y almorzar se instala frente a un teléfono y una eterna base de datos. Llama a unos cien desconocidos por día y al menos debe vender diez seguros al mes; de lo contrario es sancionado. Sin exagerar, el 99% de sus llamados no tiene éxito alguno. En muchas ocasiones debe aceptar que lo manden a freír monos y luego -siguiendo el manual- recitar educadamente "muchas gracias Don Plutarco, que tenga muy buenas tardes y gracias por su tiempo".

1.9.05

Nuestro Primer Cumpleaños

El teléfono me despertó providencialmente y muy relajado me vestí. Fui caminando al Hospital San Borja porque Juanito estaba en pana para variar, saludé a la desparramada Moni (pobre), me fumé dos cigarrillos seguidos -y eso que había prometido dejar el vicio ese día-, entré al pabellón, me pusieron la ridícula bata verde y en dos minutos ¡splash! apareció la Josefina como un pollo mojado. Hace justo un año mi vida cambió para siempre y casi ni alcancé a darme cuenta.

Intentar explicar en un blog el infinito amor que un papá puede a llegar a sentir por su hija resultaría absurdo y obvio. Es su primer cumpleaños y se lo diré a la Josefina en persona, claro está. Pero sí me gustaría que cuando ella aprenda a leer -pronto le voy a enseñar- sepa que cada vez que voy llegando a casa me río solo pensando en mi niñita. Y que cuando abro la puerta y ella salta de contenta me siento pleno como nunca antes. Ajá, me corre la baba, adivinaron.

Me voy a tirar flores por una vez: ser papá voluntariamente es un mérito (pequeño, pero mérito igual) en medio del egoísmo que galopa hoy en Chile, un país donde cientos de lolosaurios viven hasta los 40 años de allegados para ‘ahorrar’. Hace algunos meses un pailón me dijo que la paternidad era una huevada carísima y que ni siquiera pretendiera hablar de eso delante suyo porque el mero concepto le daba lata. También está lleno de madres potenciales que se sienten con derecho a evaluarte aunque su currículum se reduzca a los ovarios. Sólo un par de semanas atrás una treintona que jamás ha mudado una guagua en su vida intentó mostrarme cómo hacerlo bien: "es que los hombres son tan torpes", me dijo la muy patuda. "Ándate a la mierda", le respondí mentalmente. No tengo nada contra quienes postergan o derechamente renuncian a tener hijos, pero no sé en qué instante esa pasó a ser la regla socialmente aceptable. Ojalá no se arrepientan. Ojalá no se atrevan a enseñarme nada.

Como cada vez hay menos nacimientos todos quieren vacunarte: pediatras sin ética, parvularias amateur, fabricantes de horribles cachivaches o fotógrafos de dudoso gusto. Sí, es cierto, todo es caro cuando se habla de guaguas porque vivir es un tremendo negocio. Y yo me aterro pensando cómo va a ser cuando mi Josefina comience a entender lo que vea en la tele. Hay que tener valor para criar a un niño en un ambiente mugriento como éste y en eso nunca pensamos cuando decidimos ser padres. Pero mis papás lo hicieron bien con cuatro niños y en un Chile aún peor. Tampoco me voy a tirar al suelo para pedir halagos, no es que me crea un héroe moderno, para nada. Sólo estoy haciendo mi pega lo mejor que puedo. Espero que cuando mi chascona crezca se siga riendo conmigo y en una de esas hasta se sienta orgullosa de su papá. Eso me basta.