Vía Expresa al Infierno
Yo no gasto mucho. Hay semanas en las que salgo de la casa con luca en el bolsillo un lunes y el mismo billete sigue ahí planchado el viernes. No tomo micros ni metro, me alimento en mi casa y hace cuatro años que no compro un disco. Mi único desembolso frecuente son las pastillas de menta y el mote con huesillos en la punta del cerro.
En fin, por razones poco claras terminé hace un par de semanas en Almacenes Paris (¿por qué no lleva acento?) buscando pantalones. Nota al margen: parece que el negro pasó de moda, pues en todo el lugarejo no había un puto pantalón de ese color. ¿Quién mierda puede querer elegir entre diecisiete tonos de beige? Un energúmeno, sin duda.
Mientras escarbaba en la sección infantil a la espera de un milagro vi aparecer el área informática y en un rincón unos horribles parlantes de cinco mil pesos. “Okey, haré un gasto”, pensé resignado. Los revisé de arriba a abajo y su lamentable aspecto me decía que sin duda eran una buena porquería: aún así serían los elegidos. Incluso en un arranque de honestidad el vendedor me confirmó que no podría tomar una peor decisión que llevarme esas mierdas marca Flaitech Tronics. (Es más, en este punto debo confesar que en mayo pasado compré unos parlantes de seis lucas convencido de que había adquirido una ganga: era tal el chicharreo que se los regalé ipso facto a mi hermano. Un par de semanas después los botó.)
Hay momentos en donde la vida te ilumina. Ahí, en medio del mall, sentí el susurro revelador. “Oiga amigo, ¿a usted le gusta la música? Entonces lleve unos decentes mejor, si no son tan caros”. Sí, caí redondito con su canto de sirena y metí sin reflexión alguna la mano al bolsillo, olvidando mis normas espartanas y moral de medio pelo.
Así ahora me reviento sistemáticamente los tímpanos con un búfer mastodóntico que salta como enajenado a medio metro de mis oídos. La cabeza me retumba en medio de un infierno de murallas de sonido y no soy capaz de detenerme. Aparte de ciego, sordo. Y como siempre, aunque gane, pierdo.