30.3.06

La Empresa Joven

Cuando hace tres años llegué a Pantano.com me advirtieron que debería ponerme la camiseta de una empresa con espíritu joven. Esto último me dio mala espina, pues tiempo atrás había trabajado en Canal 2, una ‘empresa joven’... tan joven que en la víspera de Navidad todavía no nos cancelaban los sueldos de noviembre. Acá al menos siempre me pagaron cuando correspondía, aunque misteriosamente mi salario fue disminuyendo con el paso del tiempo pese al aumento de la inflación y -por qué no decirlo- del PIB.

Es verdad, trabajar en una Empresa Joven me brindó momentos inolvidables que siempre atesoraré. Por ejemplo, ver al Gerente General llegar en bermudas o a mi colega Abelardo lucir un coqueto traje de baño rojo en la oficina. Pude compartir las chácharas telefónicas de Caramelo, quien en cierta ocasión habló con su parentela por dos horas y media sin parar. También disfruté de la actitud distendida de Lenteja, quien cada mañana llegaba una hora atrasada excusándose religiosamente con un "perdón, se me pasó la micro". Era lo único que decía en todo el día.

Cómo no recordar esos tres días en que estuvimos sin e-mail porque un funcionario decidió escanear un libro entero y enviárselo a un amigo usando el correo de la empresa. O cuando el Jefe de Marketing adquirió un furgón por apenas seis millones de pesos para poder salir a las discotecas con su team de promotoras; un millón y medio costó el arreglo del cacharro apenas un mes después de la compra. Ahí mismo se disolvió el team: el negocio del año. Ah, y cómo olvidar la rotativa de secretarias joteadas hasta el acoso sexual por diversos contadores auditores.

Claro, este relajo laboral también tuvo sus inconvenientes. Los inviernos pasamos tanto frío que nosotros mismos debimos hacer una vaca para reparar la estufa y comprar un balón de gas. Gozamos de ricos asados dieciocheros, pero los choripanes luego fueron descontados por planilla. Nunca vi un aguinaldo ni de cinco lucas, ni una cajita navideña o un reajuste; un vale de almuerzo, un día administrativo o un beneficio médico; un basurero en el baño, jabón en el lavatorio ni un felpudo en la puerta. Vi sin embargo cómo a pesar de la perpetua crisis nos dábamos el lujo de pagarle a gurúes para que evacuaran informes consistentes en un par de perogrulladas nunca puestas en práctica. Jamás fui evaluado ni supe si mi trabajo era bueno, más o menos o una porquería. Cuando me equivoqué, fui reprendido a gritos y en público. Al echarme, mi jefe me ofreció cartas de recomendación como se hacía en los años ’50: "Felipito es muy puntual, limpio y nunca se ha robado nada".


Y pese al ‘espíritu joven’ nunca en mi vida había compartido menos con mis compañeros de trabajo. Pasaban días en los que nadie hablaba nada con nadie durante toda la jornada. El sistema de comunicación con otras áreas se reducía al gruñido. En Canal 2 no nos pagaban, pero lo pasaba tan bien y me reía tanto que el día se me pasaba volando. Acá las cinco horas se me hacían un calvario cotidiano.

Mi agonía laboral se acaba y no sé si seré retrógrado, pero a final de cuentas si esta es la Empresa Joven prefiero cien veces la Empresa Vieja.

21.3.06

Una Historia de Violencia

Acto 1: Un furgón estacionado en la vereda no me deja entrar al garage de mi casa. Voy apurado y toco la bocina. (Entre paréntesis, vivo hace cinco años acá y no tengo idea cuál es el rubro del negocio de mi vecino, un anónimo cincuentón al que siempre saludo con diplomacia. Aparentemente tornea piezas metálicas. Una noche sospecho que enloqueció porque se puso a golpear por dos horas el poste de luz con una llave inglesa). En fin, del interior de su extraño emporio se asoma un barbeta: “Espera”, me dice. Espero, pues. Con parsimonia se dirige a su vehículo, pero en vez de moverlo saca una caja y entra al local. Al rato sale y efectúa el mismo ritual. Minutos después extrae de la guantera una guía de despacho y en cámara lenta intenta franquear la puerta otra vez.

¿Vai a moer de una puta veh el auto pa’ que puea entrar a mi casa, ahueonao?”, le consulto algo molesto por su actitud displicente. “Te esperai nomá”, me informa. Decido no hacer caso a su consejo y a grito pelado se inicia una gresca en coa que no pasa a las manos más que nada por mi escasa habilidad pugilística. Mi vecino, El Hombre sin Nombre, se asoma de su ratonera y al ver mi rostro sulfúrico me advierte que mejor no sea tan prepotente.
El chofer mata de bolas decide por fin mover su cacharro de porquería y logro entrar hecho un mono. Sin embargo luego me invade la triste sensación de que por culpa de un maleducado arruiné un lustro de amable convivencia. Nada de raro que gracias al chismorreo del vecindario ahora haya pasado a ser ‘El Matón de la Cuadra’.

Acto 2: Intentamos disfrutar de una mediocre película en el cine. Luego de una hora de proyección un joven decide que sus agotadas extremidades merecen un descanso. No elige entonces nada mejor que cruzar sus patas en el respaldo de nuestros asientos, exactamente cinco centímetros por arriba de nuestras cabezas. Digamos que no es agradable tener un zapato inmundo columpiándose sobre tus ojos. Protestamos y el avergonzado lolo encoge las piernas pidiendo disculpas. Pero, envalentonado quizás por qué, quince minutos después hace lo mismo. Asumiendo mi recién descubierta prepotencia lo agarro de los pies y lo zamarreo.

Eres un imbécil… imbécil… imbécil”, me susurra el pailón. “¿Acaso te educaron en un establo, saco de hueas?”, le inquiero, faltándole el respeto de paso a cientos de personas bien educadas en establos (y al resto del auditorio que nos trataba de hacer callar). “Pendejo inmaduro”, sentencia el niñato, confundido de seguro por la oscuridad, pues yo podré ser bastante inmaduro, pero "pendejo" a estas alturas… Al término de la función nuevamente evito el contacto visual y físico con mi adversario de turno, demostrando cierta cobardía que tampoco me hace feliz.


En resumen:
necesito lecciones de box o cachacascán.

13.3.06

Cambio Trabajo por Comida

Malo es que te echen del trabajo; peor aún es tener que ir a parar el dedo por un mes a la oficina y que tus compañeros te eviten cual enfermo de chancro. Pero pese a mi incómodo status intento arreglármelas para vivir alegremente mis últimas jornadas en Pantano.com, una empresa con espíritu joven. Caramelo -la diseñadora reconvertida en product manager- nos sorprendió hace unos días con un par obsequios de su catálogo. El primero, un bolígrafo plástico luminoso ideal para escribir a oscuras. La próxima vez que redacte una carta en el cine sin duda lo tendré a mano. El segundo, el pináculo del buen gusto: un llavero con una cucaracha real momificada dentro de acrílico. "Qué lindos son, ¿no?", nos comentó la emprendedora. Al gruñirle un 'gracias' pensé que todo formaba parte de un sofisticado ritual cargado de símbolos funestos, pero luego lo descarté.

En este instante mis curricula -por fin puedo usar ese plural- deambulan por el ciberespacio acechando una oportunidad que impida mi muerte por inanición de aquí a un semestre. Nada fácil será este desafío, sin embargo, considerando que si levantas una piedra aparece una escuela de periodismo con decano, estamento docente, secretarias académicas y centenares de ávidos alumnos dispuestos a destazarte por 50 lucas. Así, cavilando durante las noches de insomnio, he decidido que esta penosa instancia bien podría ser la gran chance para mi necesaria reconversión laboral. Barajo una serie de alternativas:

- Asesor Nutricional a Domicilio: la Dieta Pumarino da resultados palpables y es-pec-ta-cu-la-res. ¡Baja de peso con el tratamiento entretenido!
- Chofer de Radiotaxi Pirata: un cesante y un auto limpio hacen buena pareja. Tendría eso sí que rescatar mi cacharro del mecánico más lento del mundo, lavarlo de vez en cuando y dejar de putear al resto del parque vehicular.
- Redactor de Anónimos Amenazantes: ¿necesito explicarlo? De hecho puedo escribirlos en el cine. Ya van a ver los rechuchesumadres, váyanse con cuidadito.
- Maestro de la Celosía: durante cuatro años he reparado con éxito todas las persianas de mi hogar (eso hasta ayer, cuando con HP nos echamos dos de un paraguazo tratando de perforar un enorme resorte metálico). Mi especialista persianero cobra 25 lucas la visita y se demora en promedio diez minutos para cada arreglo: probablemente ya sea un magnate.
- Consultor en Manipulación Emocional: ¿dejaste la mansa escoba?, ¿tu pareja no te habla?, ¿te sientes culpable? En tres sesiones te dejo listo para que convenzas hasta a Benedicto XVI que en realidad él se equivocó, entre súplicas pida sinceras disculpas y de pasadita te cuente el Cuarto Secreto de Fátima.

Acepto pagos en efectivo o especies.

6.3.06

Cesante Ilustrado

Cada mañana el sol entra por la ventana y se refleja directamente en mi pequeño monitor. No veo nada. Trabajo entonces casi a oscuras, pero cuando mis compañeros llegan me reclaman que la oficina parece una cueva. Durante la jornada subo poco a poco la persiana a medida que el brillo me molesta menos. Para no joder al resto, hace unas semanas improvisé con un catálogo de vinos y una caja de acrílico una especie de visera sobre la pantalla. Así distingo mejor las letras. "El día en que quede ciego voy a demandarlos", ironicé una vez.

Sin mayores preámbulos: me acaban de echar del trabajo. La empresa retoma su larga agonía, se jibariza y yo me voy porque mi puesto es prescindible. Y es verdad, lo es. Durante tres años me he dedicado con ridículo esmero a describir con sentido comercial y sin faltas de ortografía peluches, salsas de tomate y rosas ecuatorianas. Medía llaveros con una regla y anotaba:

"Llavero de metal cromado con forma de flecha. Regalo ideal para ese chico especial que te hace suspirar. Dimensiones: 12 x 5 cm (estirado)".

Cada vez que dejaba la regla en el escritorio sentía que mi orgullo profesional recibía una bofetada. Esa era la mitad del trabajo. La otra era corregir en Word 97 los comentarios cinematográficos de docenas de adolescentes disléxicos. Cuando reclamé en diciembre por la pasmosa lentitud de mi tarro, el Jefe de Sistemas me sugirió que sacara el fondo de pantalla y la dejara en negro pues la foto de Don Ramón consumía mucha memoria. Tecnología de punta a su servicio: así da gusto hacer negocios en Internet.


Hace algunos meses por primera vez me preguntaron con todas sus letras qué era exactamente lo que hacía en mi pega y me dio vergüenza decirlo. Hoy me echaron, pero debo permanecer durante todo este mes en mi puesto expiando el infame mes de aviso como un cadáver ambulante. Ojalá me hubieran pegado una patada en el culo sin más; no me gusta andar dando lástima. Siempre he abominado de ese lugar común que habla de que cada crisis es una oportunidad, pero si en este caso no lo tomo así significaría que definitivamente soy huevón de profesión.