30.5.06

Hablando se Entiende la Gente

“Buenos días caballero; no, no vengo a comprar, de hecho ni siquiera sé qué vende usted ahora que pienso. Lo que me gustaría es hablar con el responsable de la alarma de este negocio. Sí, esa caja blanca y cuadrada que está sobre su puerta: la alarma, pues. Mire, sabe que desde hace un mes todas las mañanas despertamos a saltos porque alguien la hace sonar a todo chancho. Todos, pero todos-todos los días pasa lo mismo, de lunes a sábado, siempre diez para las siete de la mañana. ¿No sabía?

Me he dado la lata de levantarme antes de que amanece, subir la persiana y espiar lo que pasa para estar seguro de venir a hablar con usted. Un taxista abre la reja, saca el auto, cierra la reja, se va y la alarma queda sonando hasta que se aburre. Y suena fueeeerte. Me quita minutos de descanso porque tengo el sueño liviano. Claro, empezamos el día con cara de nalga, pues como puede ver mi casa está ahí, justo al frente de su local. Mi niña se asusta con el ruido y yo también. No creo que sea justo que todo un barrio se despierte de madrugada porque al tipo le da flojera desconectar y reconectar la alarma. Aunque no parezca, acá vive harta gente, me parece curioso que yo sea el primero en reclamarle.

No, no creo que el hecho de que se les haya perdido el control remoto de la alarma sea una buena explicación. Compre uno nuevo mejor será. Es como si yo tuviera un perro que mordiera a todos los que pasan por la calle. No podría justificarlo diciendo que se me perdió la correa. ¿Ve? La verdad lo que menos quiero es pelear, vengo a pedirle educadamente que le diga al taxista que nos deje dormir tranquilos. En el fondo es algo de convivencia, diría que de buena vecindad, aunque suene cursi. Si en la noche alguien realmente quisiera robar su negocio y sonara la alarma nadie le avisaría a los carabineros porque estamos hartos del escándalo. Ese es el problema con las alarmas que suenan porque sí. Gracias por escucharme. Buenos días”.

Contra todo pronóstico, hoy no hubo boche alguno diez para las siete de la mañana. Ya me estaba preparando para botar a palos la maldita caja ruidosa. A cambio, otro estúpido decidió probar la alarma de su auto en plena calle a las 6 AM. Pero algo es algo.

22.5.06

Tribunal de Penas

¿Qué hace Mario Guzmán, inspector del tránsito de la Municipalidad de Santiago, a las once y cuarto de la noche de un gélido domingo otoñal? Obvio: multa al auto estacionado frente a la puerta de tu casa. Realmente notable el celo del funcionario, creo que califica para el galardón al empleado del mes. No obstante me preocupa un poco su armonía familiar; a esa hora don Mario debería departir acurrucado con su cónyuge mientras espera el inicio del Zoom Deportivo.

Pero pucha, si dejo el cacharro ahí es justamente para escuchar desde mi lecho cuando los diversos hampones que deambulan alegremente por el barrio me estén robando los espejos y/u orinando el capot. Mi plan para estos meses fríos es amedrentar al eventual delincuente lanzándole el agua hirviente del guatero en la cabeza. En fin, nada mejor que comenzar el lunes sabiendo que otra vez adquiriste una deuda de 27 mil pesos con tu municipio.

Luego del desaguisado, en mi navegación matutina me encuentro con que más personas habían decidido amonestarme durante la noche. Sin mayor dilación, un colega bloguero decidió sumar dos más dos y le dio cuarenta y siete. Tras la fallida operación, me dedicó este poema en haiku:

Ay, qué lamentable confusión. Luego de dar corteses explicaciones -no faltaba más- logré que el irritado joven eliminara este rosario de chuchadas personalizadas de su sitio. No se puede negar que cada día estoy más tolerante a la patada al hígado. El otro día me trataron de “maricón cobarde” y yo dije que claro, que podía ser, aunque a nivel espiritual y no del ano.

Tras cartón, feliz de la vida, partí a una nueva entrevista laboral. Sí, por fin pude aplicar mi comprensión lectora recitando de memoria las respuestas adecuadas para el Test de Rorschach. Vi conejos de pascua, niños en un balancín, caballitos de mar y un banjo. Espero que después del veloz análisis la psicóloga no haya dictaminado que soy un flojo, plagiador y cara de raja. Tal vez lo sea, pero espero que la gente se tome un poco más de tiempo para determinarlo, un par de horas al menos.

De vuelta a mi casa preparé litro y medio de jugo en polvo de naranja, el cual luego procedí a derramar encima de mis pantalones, zapatos, suéter, horno eléctrico, microondas, tabla de quesos, set de mondadientes y el piso. Al menos no es temporada de hormigas.

La única alegría del día vino al ratificarse que Montenegro decidió independizarse de Serbia. Hay pocas cosas que me regocijen más que la autonomía de los pueblos y los cambios de fronteras en los mapas. Cuando se desintegró la Unión Soviética casi lloraba de emoción e incluso me conmovió la secesión del Timor Oriental. Por algo disfruto los atlas geográficos (y las alcachofas).

9.5.06

Como Dos Gotas de Agua

Tras disfrutar de la película, Plop confirmó una discutible teoría de Manguac: yo sería igualito a Peter Sellers en La Fiesta Inolvidable. Luego de intentar ofenderme me declaré halagado, pues Sellers le disputa palmo a palmo el título de mejor actor de la historia a Buster Keaton, a quien sí me parezco mucho la mayor parte del tiempo (eso cuando no abro el hocico). Además, según la jovial señorita, en el mentado film el popular Inspector Clouseau interpreta a un tipo cuya actitud vital -despistada, torpe, calculadamente tímida- sería una copia de mi ridícula forma de enfrentar la existencia.

Esto de andarme encontrando parecido a figuras del ayer y de hoy no es nada nuevo. Una chiquilla muy optimista insistía en hallarme igualito a Rob Lowe, actor ochentero de efímera fama con quien probablemente comparto la mirada profunda y el codo derecho. La familia Costas, por su lado, aún sigue con la cantinela de que yo sería una fotocopia de Miguel Tapia en sus años mozos, lo cual no me agrede en lo absoluto pues el baterista era lejos el mejor parecido de Los Prisioneros. En realidad, hay que decirlo, no tenía mucha competencia.

También tengo clones futboleros. Uno es José Luis Sánchez, el ‘Mataor’, delantero del montón de la Unión Española y campeón de la Copa Intercontinental con Vélez sin disputar un minuto en cancha. El otro, el popular ‘Chamagol’, émulo del Chavo y el Chapulín, a quien detesto por lauchero, comilón y garrablanca. Alguien ha sugerido incluso que me semejo algo al ‘Cóndor’ Rojas por la tremenda jeta, el pelo chuzo y mis voladas felinas de palo a palo. En la universidad una corriente de pensamiento determinó que yo era el gemelo oscuro de nuestro compañero Tomás Urzúa, rubio y de ojos claros. Como él era el calco viviente de Dennis Bergkamp yo vendría siendo una especie de negativo del habilidoso delantero del Arsenal, algo que me halaga mucho.

Durante largos años intenté en vano imitar la chasquilla de Alan Wilder, tecladista de Depeche Mode, pero sólo logré verme como Miguel Barriga, vocalista de Sexual-Democracia. Últimamente he decidido que lo más fácil es parecerme a algún miembro de Devo y en eso empeño mis afanes.

A final de cuentas, si he de ser franco, al único que me parezco demasiado a es a mi papá y con eso me declaro totalmente satisfecho porque el viejo es harto buenmozo, aparte de más simpático que la chucha.

2.5.06

Hablemos de Vómito

La imagen vívida de lo indigno: un tipo de 32 años, que oculta su incipiente calvicie con una chasquilla canosa, abrazado a un árbol y vomitando en cuatro patas. Lugar de los hechos: Fantasilandia, clínica al aire libre donde los lolos aspiracionales invitan a sus pololas para estimular el aborto espontáneo. No es mi caso, por cierto, pues no soy aspiracional. Sólo persigo la diversión total.

Precavido, antes de partir al parque de diversiones tomo un desayuno ligero. Sin embargo no hay caso. Resisto estoicamente los giros en 360º, la caída libre y los frenazos en seco de los cuatro primeros juegos. Pero al subirnos a la vieja montaña rusa, aquella que me aterrorizó en 1982, simplemente colapso. Salgo pálido y mareado como pollo. Decido que lo mejor es fumar. Mala idea. Luego de tragarme dos papas fritas partimos al Barco Pirata. Odio el Barco Pirata.

A nuestro lado un muchacho con el rostro verdoso anuncia entre arcadas que va a buitrear. Al menos desvía la atención, porque estoy desesperado y presiento el desastre. El sádico operario de la máquina disfruta al vernos suplicar que detenga el bamboleo de una vez. Al bajarnos me sorprende no ver un vomitorio ad-hoc o algún rastro de hamburguesas dobles devueltas por el pueblo mareado.


¿Cómo voy a ser el único con ganas de vomitar de todo el parque? Me aguanto y logro subir a varios juegos, aunque sufro hasta con las curvas de la Casa Encantada y no precisamente por los ridículos maniquíes de cadáveres. Finalmente, cuando en Santiago cae la noche, me escondo entre los arbustos y procedo a evacuar. Salgo de las matas como un patético hombre nuevo.

En 1998 terminé en cama luego de dos paseos en el Barco Pirata de una feria de playa. Un año antes vomité a anónimos adolescentes en un juego de Fantasilandia parecido a la ruleta humana que ya no existe. Al comenzar esa década experimenté espasmos en Italpark. En 1985 mi abuela -luego de pasearnos por Mundomágico- debió encarar a un chofer que quería bajarme a patadas por buitrearle la micro: muchas vueltas en las tacitas.

Ahora que lo pienso soy bueno para marearme. Podría seguir hablando de vómito pero entraría al pantanoso terreno etílico y para qué. Dado mi expertise, sólo aconsejo taparse las narices al momento de devolver. Nada más incómodo que tener un pedazo de suflito a medio deglutir atrapado en las vías respiratorias superiores.