10.3.05

Patas de vaca (2ª parte)

Prosigo con el argumento. Hace poco vi la película Tanguy y -pese a no ser una obra maestra- me abrió los ojos sobre algo que nunca había pensado: ¿hasta cuándo uno puede joderle la pita a sus pobres padres? Siempre se ve el asunto de la rebeldía juvenil desde el punto de vista del 'lolo'. Que los viejos no le prestan el auto. Que no lo dejan salir hasta tarde. Que lo obligan a sacar la bolsa de basura. Que los hinchan para que se laven la cara y no parezcan delicuentes. Pobres 'lolos', sometidos a la tiranía de viejos brujos.

Puedo jurar que nunca, durante más de un cuarto de siglo, me di cuenta de que yo podía estar jodiéndolos. Y mientras más crecía, más jodía. Uno llega a los 17 y se empieza a creer dueño de todo, campeoncito, centro del universo. Y ahí tiene que estar el resto de la familia aguantando al tontorrón pasado a trago, llevando dramas a la casa o apareciéndose de vez en cuando para dejar la ropa sucia y pedir plata. Si alguien se portara así conmigo lo mandaría a freír monos de inmediato. Nadie tiene derecho a abusar así de personas que lo quieren. Si te pusieran de patitas en la calle estarían en su justo derecho, pero no lo hacen. Nunca lo hacen.

Yo estuve torturando a mi familia por años: primero con el carrete alcohólico sin parar, luego con mi pololeo sicopático. Mientras yo proclamaba que la fuerza de mi amor nadie la entendía, mi madre sólo me repetía que mi vida se caía a pedazos (y yo, sordo). Dejé todas las escobas posibles, llevé el circo a Italia y al final de cuentas el amor se fue al demonio como todos -menos yo- sabían que iba a pasar. Y ahí volví a mi casa, a seguir jodiendo y buscando un consuelo que no merecía.

Menos mal que me iluminé y me fui antes de seguir abusando de mis queridos papás. Y pese a que no estoy bien económicamente, sí estoy seguro de que esto es lo correcto. Hablar hoy por teléfono con mi mamá o ir a verlos el fin de semana son experiencias mucho mejores que los cinco o seis años que pasé vegetando en mi pieza.