25.4.05

Juanito y El Avispón

A las cinco del viernes partimos y una hora y media después ya estábamos instalados en el departamento que los papás de Manguac tienen a diez pasos de la playa Las Cadenas en Algarrobo, agradable pueblo fantasma en el que el sábado a las 10 de la noche los únicos negocios abiertos eran una botillería, el cybercafé y una tienda de velas (?). Preparamos reineta al horno, tomamos gin tonic como caballeros, dormimos siesta, jugamos a las cartas y escuchamos la exótica Radio Algarrobo "al final del dial", en donde se mezcla sin pudor a Leonardo Favio con ABC y los comentarios deportivos están a cargo de JM (el frescolín de Juvenal Morales: consígase otro apodo, mijo). Para los malpensados: no practicamos la sodomía porque no somos gays.

La vuelta a Santiago nos tomó apenas una hora. Qué agradable es manejar un auto decente por una buena carretera. Hace una semana tenía todo preparado para comentar acá mismo mi 'horrorosa' experiencia en la revisión técnica, incluyendo supuestas visitas al infierno de calle 10 de Julio para arreglar un foco, rellenar el extintor o cambiar amortiguadores. Al final de cuentas el trámite me tomó 20 minutos y mi autito pasó cero faltas. No lo podía creer. Lo que pasa es que mi relación con la mecánica ha sido y será compleja. En resumidas cuentas: no tengo idea de nada de lo que hay adentro del capó. Palabras como bujía, chicler de baja, cardán y empaquetadura de culata me suenan a lituano. Y lo peor es que llevo manejando hace más de una década.

Mi primer auto fue un Renault 5 que me prestaba mi mamá. Un lunes saqué la licencia y el miércoles ya lo había chocado contra una micro estacionada frente a un retén de carabineros (!). Mi amigo Costas lo bautizó 'El Avispón Verde' y arriba de él cometí las peores burradas que un conductor puede imaginar, entre ellas subir a once personas arriba en una noche de lluvia. Una vez lo fundí porque no sabía que había que echarle agua, otra vez un mecánico le robó el parabrisas y el golpe de gracia se lo dio una ambulancia que me estrelló por detrás en Alameda con Las Rejas y lo dejó como acordéon. No sé cómo, pero vendí al pobre Avispón en 800 lucas.

Sumándole unos ahorros compré un Renault 11, que Costas apodó ahora como 'La Furia Roja' y del cual no voy a contar nada porque no tengo un buen recuerdo ni del auto ni de la época en que lo tuve. Sólo decir que volví a fundirlo -ahora en un horroroso viaje al Cajón del Maipo que entró al ciclo de leyendas urbanas chilenas- y lo vendí en 400 lucas luego de tenerlo abandonado por tres meses en un servicentro.

Luego me fui a Siena y a la vuelta, gracias a una pasajera pega en la que nadé en la abundancia, adquirí con mi primer sueldo un Volkswagen celeste del '61, al que esta vez yo designé como 'Juanito'. La reliquia realmente era un chiste sobre ruedas: se llovía, temblaba como terremoto de 9 grados en Avenida Matta, se empañaba entero en los días fríos, no tenía bocina ni radio ni luces intermitentes ni esa cuestión con la que tapas el sol al atardecer, hacía un ruido como de corneta de cumpleaños cuando andaba rápido y tenía un permanente olor a bencina. El aroma empeoró después de que en una insensata distracción le cargué diez litros de diesel y el pobre veterano bencinero escupió humo multicolor: hubo que hacerle una especie de lavado de estómago del cual nunca se recuperó completamente. Cada noviembre lo entregaba a mi mecánico para que sorteara la revisión técnica fuera como fuera; no sé cómo lo hacía, pero luego de un par de semanas siempre me lo devolvía con el bendito autoadhesivo. Pese a todo, y a que me dejó botado varias veces en plena carretera, me dolió desprenderme el año pasado del tarro Juanito porque lo quería mucho: lo regalé a cambio de 150 lucas.

Así era Juanito


Al contado, echando mano a todos mis ahorros (no creo en el crédito por un tema moral), hace seis meses me compré un auto decente, por fin. Y juro que lo voy a cuidar como hueso de lúcuma, ya basta de esta irresponsabilidad cretina asesina-autos. Ahora valoro lo incomparable de conducir sin sufrir permanentes ataques de histeria. Calidad de vida, le llaman. Me falta aún ponerle un nombre al nuevo auto. ¿Qué apodo se le puede poner a un Clio color guinda seca? ¿Ah? Acepto sugerencias.