7.4.05

Si lo dice la televisión, debe ser verdad

Como no tengo cable disfruto mucho que el canal ABT esté dando cine clásico a una hora razonable (10 PM). El lunes vi Conquest, con la Greta Garbo y Napoleón; el martes me repetí La Diligencia con John Wayne; y anoche estaba viendo una película muda sueca con la misma Garbo cuando luego de media hora se fueron a comerciales y al regreso... pusieron de nuevo La Diligencia. Estuve tentado de llamar para reclamar pero no pasó de ser sólo una tentación. Así que me puse a recorrer canales hasta que di con un reportaje de la TV vasca en UCV. Era sobre Viña del Mar (al igual que muchos, siento ese irresistible impulso chovinista de saber qué diablos piensa el resto del mundo sobre Chile).

Pues bien, me enteré de ciertas cosas que desconocía:
- En Viña a los trabajos ocasionales se les llama 'changas'; y a los trabajadores ocasionales, 'changarines' (por curiosidad averigüé que -vaya coincidencia- el mismo término es ocupado en Buenos Aires: los viñamarinos usan el lunfardo como segundo idioma... mucho turismo tal vez).
- De no ser por el dinero del gobierno autónomo vasco, más de la mitad de los niños de Viña no tendrían acceso a la educación.
- En Viña se imparte instrucción militar a los alumnos de enseñanza básica.
- El borde costero de Viña está lleno de edificios que sólo son ocupados en verano por millonarios argentinos.
- Viña del Mar en el fondo es una ciudad irreal cuyo balneario lleno de lujos es una pantalla para esconder la miseria galopante que golpea a toda la comunidad.

Sospecho que el equipo encargado del reportaje viajó a Sudamérica para mostrarle a los vascos qué diablos se hace con la plata que les regalan a nuestros mugrientos países. Al ver que no eran tan mugrientos, se tomaron ciertas licencias estilísticas. Es lo que se podría llamar 'si no encuentro lo que busco, lo invento'. Les faltó poner a gente bailando salsa en las calles polvorientas y a sujetos de poncho durmiendo bajo las palmeras como los inútiles amigos de Speedy González...

En Siena una vez sostuve una discusión interesante con Leslie, una chica de 20 años de Nebraska. Luego de que presenté una exposición sobre mi país (centrada primordialmente en Garganta de Lata como modelo para la infancia) ella prefirió que yo ahondara más en la magnífica devoción religiosa de mi pueblo. Nos explicó cómo era habitual que día a día en las calles de Santiago pasearan procesiones de penitentes vestidos de negro y cargando imágenes marianas. Eso, claro, después de dormir la siesta: la capital de Chile reposaba de dos a cinco de la tarde por el perpetuo calor que tiende a amodorrar el espíritu. Leslie había visitado Tijuana algunos años antes y sagazmente decidió que lo que vio ahí -si es que lo vio- era extensible a todo el resto de este gigantesco país que habitamos al sur de Texas. Debo admitir con vergüenza que, luego de un breve e infructuoso intento por convencerla de que jamás en mi vida había visto una procesión, la mandé directamente al carajo.

Otra vez un italiano bastante menos pretencioso me preguntó si en Chile había autos. Y una española quedó muy preocupada por la suerte de mi familia... luego de un huracán que azotó el Caribe. Y mi casero me interrogó varias veces acerca de por qué yo no era negro. Malditos estereotipos y prejuicios: cuando hablaba con mi amigo Henry, keniano, sinceramente no sabía qué preguntarle sin ofenderlo. "¿Y tienen ciudades en Kenia, Henry? ¿Y has comido elefante, bwana?..."