15.4.05

El Perro González

Anoche hablé largo rato por teléfono con Rodrigo González, el Perro González, mi mejor -y único, para ser francos- amigo del colegio. Mis ex compañeros están organizando un asado a propósito del aniversario del egreso y, al ver que él era el único que no lograban ubicar, me animé a revisar agendas hasta que perdido en un papelito dentro de una viejísima billetera hallé su teléfono de esos años. Sin esperanza llamé y contra todo pronóstico logré encontrar a su hermano, quien finalmente me dio su número. Hacía 10 años que no hablaba con el Perro... ya dije que no llamo nunca a nadie y así pierdo amigos.

Para mí el colegio fue una etapa oscura y dolorosa. Odiaba ir a clases, detestaba a la mayoría de mis compañeros y profesores, me sentía solo y mi timidez tampoco ayudaba a hacerlo más soportable. Me iba bien sin estudiar (no recuerdo nunca haber estudiado nada, algo que me pesó en la U), pero injustamente me gané el mote de 'mateo' y pedante. Varias veces sufrí guerras en mi contra y hasta el día de hoy agradezco al cielo el no haberme transformado en el 'perkins' del curso: sencillamente fui abandonado en un rincón con el apodo de 'Hombre Isla' ante la indiferencia general. Sólo una legendaria borrachera en un paseo a San Carlos de Apoquindo me salvó del total anonimato y me creó una pasajera fama de ebrio que tampoco merecía. El día que salí de ese maldito lugar llamado Liceo Alemán fui el hombre más feliz del mundo. En la Universidad, por suerte, fue todo diferente, si no ya me hubiera tirado por un balcón.

En fin, Rodrigo en 3º y 4º Medio fue mi único soporte durante ese infierno. Habíamos sido amigos en Básica y no sé por qué en un momento nos distanciamos por años hasta que por fin volvimos a hablar: en él encontré el amigo que necesitaba y se lo agradeceré siempre porque no es fácil ser el defensor del tipo más impopular de todos. Como yo, él odiaba a medio mundo -incluso con más acidez- y en ese desprecio universal logré hacer todo más soportable. Debo admitir además que en esa época yo era particularmente huevón y muy poco interesante; pusilánime, callado al extremo, sin tema y un permanente atado de nervios. O sea, como amigo no valía nada.

Anoche recordamos con Rodrigo esa época y coincidimos en que tal vez nosotros éramos en buena parte responsables de haberlo pasado mal por prejuzgar a la gente. Y que no nos corresponde juzgar ahora a los adolescentes arribistas de esa época con los parámetros de hoy (como si la gente no pudiera cambiar en tantos años). Espero así que en este asado todo sea distinto, y si no es así no me importa poque ya soy otro. Si alguien me llama 'Hombre Isla' simplemente lo mando a la mierda, algo que he aprendido a hacer bien en estos años.

Hoy Rodrigo es enólogo, trabaja en San Javier en una viña (es feliz en lo que hace, qué sana envidia), está casado y tiene una niñita muy linda: la acabo de ver en una foto que me envío. Parece que está más gordo, pero menos que la última vez que lo vi, cuando ya estábamos en tercero de la U y nos juntamos. Hablar con él ha sido lejos de lo más agradable que me ha pasado últimamente y me alegró mucho recibir esta mañana un e-mail suyo en donde me dice algo similar. Siento que gracias a esta conversación voy a poder comenzar a cambiar mis recuerdos de esa época y a quedarme con lo bueno, que en este caso fue su amistad y un par de cosas más. Y ojalá me sirva para recuperar a un amigo.