28.3.05

El almacén del Negro

Conversando con Negro Pardo me di cuenta de que me estoy volviendo un amargado. Nos juntamos en un bar en donde él tiene una especie de happy hour permanente gracias a su pega en LUN: luego de tomarnos siete schops y comer una fuente de empanadas la cuenta fue de $1.860. Notable LUN, al fin le veo el lado positivo.

No sé por qué, pero mientras caminaba hacia Bellavista iba como pensando en todas las cosas que tenía para reclamar:

- Lo vanidosos e ignorantes que son todos los giles
- La maldición de vivir rodeado de cinéfilos
- Lo mala que está la pega
- El fútbol chileno que da pena
- Los amigos que ya no entiendo
- Lo inmaduro del pueblo en general

Y así iba rumiando mi rabia por la calle hasta que con un par de schops empecé a evacuarla. Pero en un momento me di cuenta de que: 1) estaba dando la lata; 2) casi perdí la voz de tanta emoción que le ponía al reclamo. En resumen, creo que hice el loco. En cambio el Negro -en vez de vociferar contra el sistema- anda con ganas de hacer una revista, idea que hace algún tiempo me hubiera parecido descabellada pero que ahora veo factible. Total, si ahora cualquier tarado escribe... Y sigo con las quejas. No pues. En realidad sería bueno juntarnos y hacer una revista aunque fuera trabajando gratis, pero escribiendo cosas que nos interesen, para salir -digo yo- un poco de esta rutina miserable de teclear como zombi descripciones de docenas de huevos de Pascua.

Al Negro Pardo lo estimo entre otras cosas porque ha sido el único que ha entendido mi noble concepto de que el trabajo ideal sería atender un almacén de barrio, abrir tipo 10, saludar a los vecinos, reponer la mercadería y llegar tranquilo a fin de mes. Trabajar sentado viendo a la gente pasar, y no tratar con sujetos malos y vacíos que lo único que quieren es ponerte el pie encima y estrujarte la vida hasta que ya no sirvas para nada. Me da la impresión de que uno sin pensarlo siquiera entra incautamente en el sistema, se marea con los primeros pesos y hasta ahí no más le llegó la vida. No hay nada peor que despertarse el lunes a las 7 de la mañana pateando la perra.