21.3.05

Cuestión de clases

Anoche me llamó Manguac para preguntarme si Alan Cooper, padre de Francisca -nueva santa para Chile-, era el mismo que está acusado por haber participado en su tierna juventud en el secuestro y asesinato del general René Schneider. Sí, sí era, bien claro lo dejó el Pato Fernández en un editorial del Clinic donde relata cómo Mr. Cooper le pegó un aletazo en un matrimonio. Manguac -al igual que yo- simplemente estaba escandalizado ante la operación montada por El Mercurio para elevar a los altares a una familia a la cual el tsunami puso por casualidad de nuevo en las portadas. A ver, no se malentienda, es terrible que la chica haya muerto arrastrada por las olas, pero parece raro que un anónimo sábado de marzo, meses después de la tragedia, aparezcan simultáneamente en el decano una seudo-entrevista al viudo Montes (en donde no se pregunta justamente lo que se debía preguntar) y una sentida carta de la familia Cooper agradeciendo la solidaridad nacional por Fran. Todo esto destacado para el mundo en la home de Emol de ese día.

Seamos crueles de una buena vez: el que su esposa haya muerto en el tsunami no convierte al enólogo Montes en una especie de santón meditativo que descubre la felicidad en hacer el bien a los demás. Sabemos que no será así. El impacto nacional por la suerte de su señora se debió no a la solidaridad innata del pueblo chileno, sino a que Montes forma parte de nuestra estupenda oligarquía a través de su millonaria familia (a los chilenos exiliados en Suecia muertos por las olas no se les dedicaron más de dos líneas en los diarios). No tengo nada contra el pobre Montes, pero en su entrevista demuestra que no cacha nada de nada. La 'devoción' por Fran no se debe a su pureza y bondad, sino a la ridícula necesidad que parecemos tener los chilenos de personalizar las tragedias en rostros. Para la gente bien nacida no era necesario que una chilena hubiera muerto en un resort en Tailandia y así conmoverse por el horror espantoso del tsunami. Aparte de Fran Copoper, otros cientos de miles de seres humanos murieron ese día, pero ellos parecían no existir mientras duraba la búsqueda de nuestra chica. Si no recuerdo mal, fue el propio Vaticano -en una aclaración extrañamente afortunada- el que recordó una semana después del maremoto que los principales afectados eran los habitantes de los países arrasados, en su mayoría gente muy pobre, y no los pudientes turistas.

Fran Cooper era probablemente una agradable persona, una joven de la plutocracia militar como tantas otras; pero no una suerte de nueva Teresita de los Andes dechada de virtudes y lista para ser venerada como ejemplo de vida. Y no porque su hija haya muerto trágicamente el señor Cooper queda disculpado por haber protagonizado uno de los crímenes más vergonzosos en la historia chilena. Fíjense bien: ya aparecen en las Cartas al Director de nuestro pasquín una serie de incautos admirando la entereza y el ejemplo para Chile de las familias Cooper y Montes. Misión cumplida, digamos.

Actualización al 6 de mayo:


Préstame la cara para Halloween, frescolín.