8.5.05

El tiempo no pasa en vano

Antenoche le contaba a mi hermano que mi principal temor frente a esta reunión quinquenal de ex compañeros de colegio no era sufrir una peladilla y ser abandonado desnudo en medio de un cerro. Nunca fui sometido a humillaciones así y por cierto a estas alturas de mi vida no estaría dispuesto a tolerarlas voluntariamente. No, mi miedo era a estar por horas y horas en un lugar en donde nadie me prestara la más mínima atención. A tener que asentir sonriente desde un rincón a chácharas sin sentido. A soportar la ostentación de nuestra clase media emergente y aspiracional. A emborracharme a mediodía de puro aburrimiento.

Hubo un poco de eso y en efecto uno de los concurrentes intentó amenizar la jornada burlándose de mí. Pero le paré los carros de inmediato. Me sentí tan cómodo: jugué a la pelota sin que nadie me invitara, atajé bastante y fui felicitado. Ja. Creo que conversé casi con todos los que fueron. Cuando ciertas charlas sobre el costo-beneficio de lo que haces en la vida me fastidiaron me fui a otra parte. Y descubrí a mucha gente que ahora podría ser perfectamente amiga mía, aunque no lo vaya a ser. A tipos casados y con hijos, a solteros empedernidos, a gente con la que nunca hablé antes. Por fin me sentí a la par. Claro, algunos siguen siendo igual que siempre: pinochetistas, homofóbicos recalcitrantes, arribistas metalizados... tarados en suma. Pero ahora eran minoría, evidentemente. Ha cambiado el puto tiempo y ha cambiado para bien.

Y también me reí largo rato con Pancho Aguayo, quien inesperadamente resultó ser un tipo más parecido que la cresta a mí. En suma, lo pasé bien contra todo pronóstico. Valió la pena y estoy contento.

Además, debo decirlo, no estoy ni guatón ni pelado ni arrugado. Y ni siquiera me embriagué.