6.6.06

La Cucharita Mundialista

El Mundial de Japón-Corea me sorprendió inmerso en una cesantía bastante más cruel de la que gozo hoy. No sólo carecía de un ingreso fijo, sino que -dado mi temperamento nórdico- había juzgado inútil la compra de una estufa. Para aplacar el frío y templar el espíritu pasaba la mitad del día acostado y la otra cubierto por una capa de cuatro poleras y dos suéters.

Ese junio del 2002 compartía este mismo caserón de Av. Portugal con mi amigo Manguac. Cada noche disfrutábamos del momento más agradable de la jornada empinándonos un corto de pisco con jugo en polvo, brebaje de dudosa cepa conocido como huichipirichi. El alcohol servía de calefacción y en más de una oportunidad nos estimuló a interpretar con entusiasmo nuestras guitarras invisibles.

Quizás ése fue el invierno más crudo del último lustro: la madrugada en la que los surcoreanos eliminaron a Italia diluviaba como pocas veces he visto en Santiago. Al preparar café a las 6 AM descubrimos providencialmente que el living se estaba anegando. Esa noche un congelado Manguac trabajó frente al computador cubierto de pies a cabeza con una frazada a modo de caperuza. Habíamos tocado fondo: mi camarada decidió renunciar a la tacañería como modus vivendi y compró una estufa.

Durante la primera ronda de ese Mundial mañanero cada uno programaba su despertador y disfrutaba del fútbol bien arropado en su respectiva habitación. Al principio guardamos educado silencio, pero pronto vencimos la timidez y a grito pelado comentábamos de una pieza a otra los tiros en el poste y offsides mal cobrados. A las ocho él partía a trabajar y yo le sacaba pica porque todavía quedaba un partido más.

Un buen día nos dejamos de huevear. Era absurdo que por miedo al qué dirán cada uno viera el mismo match en distintos televisores separados por cinco metros de distancia. Creo que fui yo el que durante un cotejo en donde los “ooooh” iban y venían le grité “¡Ya Manguac, ven para acá!”. Por un rato permaneció tiritando sobre el cubrecama, pero el frío polar invitaba a obviar prejuicios, cubrirse y compartir el lecho: así nació la incomprendida y vilipendiada “Cucharita Mundialista”. Nada mejor que la cucharita para afianzar una amistad sobre bases firmes, casi de roca diría yo. Cosas de hombres con los pantalones de pijama bien puestos.

Aunque este Mundial no se jugará de madrugada, igual instalé una frazada en el sillón para las eventuales cucharitas de fin de semana. Son varios los interesados que ya postulan para colocarse al medio. Es que igual hace frío, poh.