24.12.05

Océano de Mierda

Por razones que no viene al caso explicar estoy aprendiendo a planchar. A mis 32 años me enfrento a un desafío absurdo y que no estaba dentro de mis alternativas académicas de perfeccionamiento. Yo que tanto quería estudiar Geografía y en vez de eso debo convertirme en un autodidacta de la plancha. Y de la escoba. Y del paño de sacudir. Y de la esponja de oro y el CIF. Y del trapero y el cloro.

Puta que es difícil planchar cuando no tienes ni la más remota idea sobre el asunto. ¿Se le echa agua o no? ¿Por qué el maldito aparato se prende y apaga arbitrariamente? ¿Cómo diablos se dobla un par de pantalones para no arrugarlos de nuevo al meterlos al cajón? ¿Existe vida inteligente sobre la Tierra? ¿Qué es qué?

Sé que alguna vez proclamé acá mismo que la ropa, una vez puesta, se plancha sola. Es increíble cómo uno puede pontificar huevadas y luego morderse la cola como la culebra aquella. Lo admito: la ropa arrugada permanece arrugada y al día siguiente amanece más arrugada aún, transformándote paulatinamente en algo similar a un pordiosero, pero un pordiosero orgulloso y cómodo, lo que es peor.


La basura, si se deja reposar por una semana a la intemperie, comienza a soltar un jugo que apesta. Una vez alojé en el departamento de una muchacha que jamás hacía aseo: todavía conservo ese descompuesto olor a muerte impregnado en los sesos. Ella no lo sentía.

Ahora bien, es época de balances, buenos deseos y propósitos para el nuevo año. Mi meta inmediata es parecer una persona decente y vivir como tal. Más adelante trataré de serlo de verdad.

Feliz Año Nuevo.

14.12.05

Complejo de Inferioridad

"Cuando cumplas dieciocho medirás un metro ochenta y quizás más. Felicitaciones". Qué feliz fui cuando el experto en crecimiento examinó la radiografía de mi mano y emitió su veredicto. Tenía 11 años pero mi desarrollo óseo correspondía al de un niño de 7. Es decir, me quedaba más de una década por crecer. Y vaya que crecería, pues en ese entonces con suerte superaba el metro veinte. Sospecho que si hoy demandara al optimista médico-futurólogo su crimen ya habría prescrito. No, está claro que no llegué al metro ochenta, con suerte al metro setenta si me pongo en puntillas o me paro arriba de una caja.

Cuando entré a Kinder sabía leer y escribir, y lo hacía. Me aburría soberanamente mientras el resto de los infantes ensayaba palotes y redondelas. Las parvularias me usaban cual espectáculo de feria recorriendo las salas para mostrarles a los niños más grandes que un enano como yo ya exhibía una hermosa caligrafía. Así, sin saber cómo, en vez de avanzar al año siguiente a primero básico salté vía expresa a segundo y me convertí en la perpetua guagua del curso. No sólo tenía casi dos años menos que mis compañeros sino que era lejos el más bajo de todos. Cuando nos tomábamos de la mano en la fila parecía el muñeco de la niñita que caminaba a mi lado. Cariñosos, mis amigos del Liceo Alemán de Los Ángeles me apodaron Manquehuito Pop Wine. Si hubiera vivido en Santiago de seguro me habrían llamado Enano Maldito, Fumarola u Hombre Isla.


Malditos, eso hicieron. Es difícil encajar cuando aparte de llegarles al cuello eres mega-tímido y existe una brecha generacional obvia: mientras tú juegas a los barquitos ellos obligan a su polola a practicarles sexo oral. No sé porque me acordé de eso. En fin, por suerte mi compañero Conejo se pasmó en Primero Medio y no creció más. Al año siguiente pegué un levísimo estirón y lo pasé por un par de centímetros: por primera vez en mi vida había dejado de ser el más chico del curso. El Conejo, pobre, se convirtió en el Mapahue oficial y entusiasmado participé en las pateaduras que le brindamos cotidianamente. Puf, me salvé jabonado.

En fin, en todo esto discurría mientras me cocinaba en la infinita fila para sufragar por Arturo Manguaco a diputado (no salió electo, aunque tal vez sí erecto). Observé con atención una muestra brutalmente aleatoria de mis compatriotas y comprobé que sin duda califico como un chileno promedio. Esta larga y angosta faja de tierra está llena de gente corta y gruesa. La mayoría de los tipos mayores que yo, de hecho, eran más pequeños. Pocas veces me expongo a este tipo de aglomeraciones democráticas y por alguna necia razón experimenté un inmenso alivio. Qué normal me sentía, si hasta me veía alto entre tanto tacuaco.

Superé mi complejo por tres horas y cuarto hasta que camino a casa recordé que los ‘jóvenes’ no votan y sin duda la generación que viene fue mejor alimentada. Crecen y crecen los muy desgraciados, las hormonas del pollo los han convertido en gigantes y te miran hacia abajo con objetivo desprecio. Resignado, he perdido la esperanza en el estirón prometido 20 años atrás y admito que lo más probable es que para el 2032, si llego a estar vivo, califique como 'duende' en el censo previsto para ese año.

7.12.05

Rebote Generacional

Mi gusto musical sin duda puede ser catalogado como dudoso. Vale, está bien, disfruto la basura. Fui feliz cuando logré piratear los grandes éxitos de Men Without Hats y admito con rubor que se convirtió en uno de mis discos de cabecera. Uno de los momentos más emocionantes de mi vida fue pedirle un autógrafo a Vince Clarke y Andy Bell de Erasure. Me temblaban las canillas como calcetinera. Eso creo que lo dice todo.

De alguna manera me quedé pegado en 1988. Insisto a quien quiera oírlo que los ’90 fueron una porquería y que lo poco rescatable tuvo sus orígenes evidentes en la década previa. Si es por hacer buen pop, entre Oasis y Duran Duran creo que no hay donde perderse. Juzgo a Nirvana como una acertada mezcla entre Pixies y Sonic Youth. El mejor álbum de los últimos quince años es Loveless de My Bloody Valentine, una síntesis de todo lo bueno que nos dejó la banda cumbre de la historia, The Jesus and Mary Chain. Camouflage y Alphaville merecen la entrada inmediata al salón de la fama del pop & pop. Eso opino. Sé que estoy equivocado y me importa una hueva.

Pese a todo, por alguna razón mi esperpéntico gusto ha permeado a quienes me rodean. Mi hermano, nacido el ’81, escucha casi lo mismo que yo. Descubrimos por fin este 2005 a Ultravox (con 20 años de retraso) y logré convencerlo de que Ladytron parió dos discos perfectos y nadie se dio cuenta. Obvio, de alguna manera me hace sentir orgulloso influir en la gente aunque sea en temas de importancia mediana tirando para escasa.

Lo curioso es que pasé tantas jornadas reclamando contra lo fome de la música contemporánea que de repente me vine a dar cuenta de que había llegado en gloria y majestad el inevitable revival ochentero. Los grupos suenan hoy igual que hace veinte años. Interpol es Joy Division, BRMC es JAMC, The Bravery es New Order, Franz Ferdinand no sé qué es pero me suena conocido. Por fin, luego de una década, recuperé el interés por comprar discos nuevos, aunque como tengo banda ancha no pienso comprar ninguno (el día en que quiebre la Feria del Disco prometo fiesta).

Un día llegó mi hermana de 18 añitos y me copió un álbum. Dijo que sabía que me iba a gustar y la miré con escéptico desdén fraternal. Ahora -en medio de flor de crisis- no puedo parar de deprimirme a mi entero gusto escuchando a Mew. Igual que hace 13 años, cuando copié ese casete de My Bloody Valentine de la radio y no podía dejar de sufrir con él a oscuras en la pieza. No sé si se entiende, pero este rebote generacional de herencias y gustos lo hallo notable.

2.12.05

¿Qué Recibes a Cambio de 12 Lucas?

  • Una entrada para la ‘Tribuna Campeones’ del Estadio San Carlos de Apoquindo para la semifinal de la Copa Sudamericana entre Universidad Católica y Boca Juniors.
  • Un viaje de una hora y media desde tu casa para llegar al culo del mundo. A la otra construyen el estadio en Rancagua.
  • Los embotellamientos más pavorosos de la ciudad con el auto frenado a perpetuidad en un ángulo de 45º.
  • Tiempo para conversar sobre diversos tópicos de sumo interés con mi amigo Manguac.
  • Un pinganilla que te cobra dos lucas por dejar abandonado tu vehículo particular en el improvisado estacionamiento instalado en la loma de un cerro.
  • Otro pinganilla que te vuelve a cobrar dos lucas tres metros más allá so amenaza de “te voy a romperte la cagá de auto completo, compadrito”.
  • La humillación suprema de tener que explicarle a este mismo saco de huevas que ya le había pagado a su colega, socito.
  • Dos metros más allá, cien integrantes de las fuerzas de orden que te obligan a subir a "la vereda" en un lugar en el que no existen las veredas sino el más completo descampado.
  • Accesos al estadio que no contemplan el tránsito de peatones por lo que estás a punto de ser atropellado en tres oportunidades.
  • Boleterías ubicadas arriba de un cerro sin ninguna clase de sendero, huella o caminito. Ergo, zapatos hechos polvo.
  • Un carabinero que te obliga a botar el diario gratuito que te entregaron a la entrada pues “al estadio no se puede entrar con diarios” (una vez tuve que regalarle mi cinturón nuevo a un guardia en un estadio, pero esta es ya la cumbre de la idiotez: ¿acaso podría asesinar a diariazos a alguien?).
  • Una hora y media de espera antes del inicio del partido y sin el puto diario para matar el tiempo. Parados, por cierto: ya no quedaba asiento alguno.
  • Media docena de manchas de cal en los pantalones luego de refregarte contra el muro que lograste reservar para apoyar tu humanidad y poder ver algo.
  • Un lomito tomate-mayo (pero sin palta) por $1.500.
  • Un partido de mierda en el que el equipo local llega una sola vez al arco en 90 minutos y al final queda eliminado con total y entera justicia.
  • Mutación del viejo adagio de Revista Estadio “Jugaron como nunca y perdieron como siempre” por “Jugaron como las huevas y se cagaron encima”.
  • Locas carreras luego del pitazo final para devolverse al auto y no quedar atrapados en un taco por otra hora más.
  • El mismo pinganilla que te amenazó la primera vez exigiéndote más plata para dejarte salir.

Claro, de todo eso podría quejarme si hubiera gastado los doce mil pesos. Pero como las entradas eran gratis me da igual. Además ni siquiera me gusta la UC y aproveché de verle la cara en directo a cracks trasandinos que sólo conocía por la tele. Flor.