24.2.06

El Sentido del Tránsito

Hace unos cuatro meses comenzó a molestarme algo. Era una ligera presión en la mollera que desaparecía al rato. No le di mayor importancia porque tiendo a confiar en la teoría de que las cosas que no se arreglan solas simplemente no tienen solución. Mi familia me acusa injustamente de hipocondría: más bien soy somático y la tensión se me va al cuerpo. Hubo una época en la que todos los jueves me dolía la garganta pero el viernes ya no. Atribuí entonces este ligero dolor en el cráneo a escuchar música a todo chancho en mi recién adquirido reproductor de mp3.

Pues bien, esta semana tomé vacaciones en mi casa pues luego de mi separación sufro algunos problemas de liquidez. Aprovechando el tiempo libre decidí que era hora de ver qué diablos me pasaba en la maceta. Resulta que con los meses la leve molestia derivó en un perpetuo dolor en el mate. Era como si tuviera un elástico alrededor del cerebro y la única manera de aplacar la molesta sensación era colocarme un cintillo tipo Hans Gildemeister en la cabeza. En una ocasión tocaron el timbre y bajé a abrir con el cintillo puesto: el cartero me miró con cara de lástima, como pensando que seguramente yo era un ridículo ochentero sin ningún sentido del gusto.

En fin, la neuróloga ordenó un escáner cerebral con contraste. Este último dato no deja de ser interesante pues en cierto momento -mientras estás amarrado y enceguecido dentro de un tubo- te inyectan yodo a la vena y te arden las partes blandas, incluyendo manos, cara y gónadas. Y vaya que arden, es como si rociaran tus testículos con gasolina y les prendieran fuego. Luego de la desagradable experiencia manejé por tres cuadras contra el tránsito por Avenida Salvador. Mientras me miraba el piquete en el brazo vi aparecer la marea de autos y por suerte escapé jabonado de un choque frontal que me hubiera mandado más rápido de lo presumible al nicho. Lo curioso es que cinco minutos después hice lo mismo en Av. Portugal y a la mañana siguiente repetí la gracia en esa calle. Diagnóstico médico apresurado: el exceso de yodo te convierte en un idiota al volante.

Acabo de recibir el resultado del escáner tras días de calvario que me han impedido disfrutar con propiedad de mi breve asueto estival. No tengo nada en mi cabecita loca. Cefalea Tensional por Estrés, esa es la apuesta. Mmmh, suena lógico considerado el huracán pasional en el que me he visto envuelto en los últimos meses. Como ya me veía camino al sarcófago, en estos instantes me encuentro casi eufórico y he decidido disfrutar de la vida como un oligofrénico. Así que esta misma tarde parto al Festival de Viña para gozar del concierto de A-Ha e incluso pienso llevar el cintillo para exhibirme como el ridículo ochentero sin ningún sentido del gusto que soy.

2.2.06

Carrete Light de Verano

Como parte de mi vilipendiada transformación en un hombre nuevo decidí superar mi temperamento habitualmente hosco en el trabajo: participaría del denominado 'Carrete Light de Verano' organizado por mis compañeros de oficina. Luego de la jornada laboral me reuniría con mis colegas en el apestoso Bar Rinoceronte para disfrutar del 'happy hour', un invento que siempre he encontrado algo chabacano. En palabras de Caramelo, la diseñadora-product manager y gestora del evento, esta reunión sería una linda instancia para "tomar, reírnos un rato, copuchar y juntarnos". En otras palabras, chacotear un rato con gente con la que nunca cruzo palabra más allá de lo estrictamente necesario y protocolar.

El panorama, admitámoslo, no era del todo tentador. En general esas asambleas vespertinas de oficinistas terminan en el festival del pelambre o con algún contador borracho como zanja joteando a la compañera más tímida. La posibilidad de aburrirme miserablemente era de un 83%, aproximadamente. No obstante, pese a estos oscuros presagios, acepté la invitación. Me dije a mí mismo: "mismo, quizás es hora de que compartas estrechamente con esos seres humanos que te acompañan cinco horas al día; en una de esas tu jornada laboral se vuelve más grata si logras cierta intimidad bonachona con el personal ". Sí: hasta para pensar soy relamido. De hecho poco a poco se consolida el verbo transitivo 'apumarinarse', usado en el argot juvenil para describir el momento en que alguien utiliza algún término rebuscado dentro de una plática coloquial, onda 'vete a enjuagar el esmegma, so pánfilo'.

Pero dejo de divagar. La cosa es que yo salgo mucho antes que el resto pues gozo de la bendición-condena de trabajar media jornada. Pasé ansioso la tarde en mi hogar mientras aprovechaba de matar el tiempo encerando el parquet y planchando mi nuevo set de pantalones. A medida que se acercaba la hora de salir sentía una leve comezón a la altura del plexo frente a este evento que tal vez significaría el comienzo de un nuevo estadio en mi vida de asalariado. Quizás al día siguiente, en vez de gruñirle a medio mundo, podría saludar alegremente al staff al estilo Canitrot: "¡hola, hola, camaradas, ¿cómo va esa dieta, chiquilla?; linda corbata, Nelson."

Bueno, la huevada es que a las 9 llegué al Rinoceronte y no había nadie porque -como me enteré después- los muy cretinos habían decidido que el local era medio chulo y se fueron a otra parte. Como nadie sabía que tengo celular, ni tampoco pensaban que fuese a ir, se mandaron a cambiar sin mayores cuestionamientos morales. En suma, hice el más reverendo ridículo y volví a casa odiando a medio mundo, todo lo contrario de mis nobles propósitos. Moraleja: si en verdad no quieres hacer algo, no lo hagas pues gil.