El Payaso Triste
En mi trabajo no se invierte en aguinaldos. No señor. No se gasta en cajas navideñas ni asados. Dinero, para ser francos, hay poco. El presupuesto de calefacción se reduce a $300 de cinta adhesiva con la que sellamos la ventana para no resfriarnos con las corrientes invernales. Pero no nos quejemos: sí alcanzó para comprar un juego de artículos de ornato fabricado en fino chintz naranja con encaje: cubre-tapa de inodoro, cubre-tapa del estanque, cortina de baño en el tono (como si alguien se duchara ahí) y esa especie de sombrero de copa con el que se cubre el papel higiénico de repuesto y que abunda en casas de abuelas.
Seamos objetivos: la mera idea de envolver la tapa del wáter con un trapo suena ridícula, sucia y fea. Sobre todo fea. ¿Qué impulsa a un ciudadano a decidir la inversión de los escuálidos fondos de una empresa en adefesios? Esta mañana, mientras pateaba la tapa en cuestión -pues no me gusta rozar un sitio en donde probablemente han caído orines de terceros y luego tocar mis partes púdicas-, pensaba en la triste suerte del adminículo. Probablemente en un mes ya estará inmundo y roto. Por feo le pasa.
Sí, feo. Feo como esos horrorosos querubines rubios de cerámica que reparten en los bautizos. Feo como los paisajes lunares pintados con aerógrafo. Y feo como este payaso de rostro sicópata que llevamos dos años tratando de vender sin éxito. Cuando Caramelo lo trajo -además de diseñadora ejerce una vida paralela como product manager- le advertí que nadie en el mundo compraría semejante insulto. “Te apuesto a que se venden”, me desafió. Eso fue hace dos años y ni siquiera rematándolos al costo algún incauto ha caído. Hay gente con mal gusto -lo sabemos- pero esto ya es mucho. Al regalar el payasito no sólo cometerías un acto de infinito desprecio sino que además ensartarás al festejado per secula.
Luego de tres años de casado he comprobado que el paso del tiempo irremediablemente produce que tu casa se replete de adornos horripilantes regalados sin cariño en momentos de apuro. Por suerte la oportuna aparición de Casa&Ideas le ha quitado mercado a estos espantos de feria persa, pero nunca falta el desubicado que llega con dos figurillas rococó de greda pintadas a mano… como las que tengo escondidas en medio de los vinos. Como acto de justicia, propongo deshacernos de una vez y sin dolor de todas estas mugres metiéndolas en una caja y tirándolas sin remordimiento a la basura.