30.8.05

Al Maestro con Cariño

Como tantos otros tengo el horroroso vicio de leer las cartas al director de El Mercurio. Y el domingo me llevé una sorpresa al encontrar en esa sección las palabras de Santiago Quer, profesor de Castellano de mi mamá y también mío (a quien daba por muerto considerando su ya avanzada edad). En la misiva el vetusto docente destaca la importancia del apego maestro-pupilo. “El profesor de aula, con afecto y cariño hacia la persona, al enseñar los contenidos escolares abre mentes y ventanas a la vida y al futuro”, se explaya. Lo curioso es que el Profesor Quer, quien me hizo clases en 1988, fue despedido del Liceo Alemán por pegarle a un alumno…

El muchacho, a quien llamaremos Potoco, jugaba con una calculadora que emitía un leve ruido al presionar cada tecla. Luego de un rato aguantándolo, Don Santiago se levantó emputecido de su asiento y le preguntó a gritos si acaso era un imbécil, que por qué cresta no se dejaba de huevear con el pitito. Lanzó por la ventana el aparato, rompiéndolo en mil pedazos; acto seguido le pegó un charchazo al jovenzuelo y de una patada en el culo lo mandó fuera de la sala. Semanas antes -exhibiendo una notable puntería- el maestro le había acertado un tizazo en plena frente a un pajarete que ensayaba flatos en medio de la lección. Pero como Potoco era hijo de un inspector velozmente el Profesor Quer fue exonerado: en su reemplazo asumió el anciano Julio Orlandi (el mismo de los libros escolares Montes & Orlandi), quien el resto del año se dedicó a adoctrinarnos sobre la necesidad de mantener en Chile un gobierno militar perpetuo.

Esto puede parecer una diatriba contra Santiago Quer, pero no: él era un estupendo profesor que evaluaba con justicia e hizo que la lectura de El Cid y El Quijote me resultara interesante e incluso entretenida. Lamenté cuando lo echaron, en parte también porque sentía que haberle aforrado a Potoco era un acto de justicia brutal pero necesario en una época en donde los escolares ya nos estábamos subiendo arriba del piano y perdiendo el respeto sin vuelta atrás. Obviamente no defiendo la violencia como método pedagógico, pero sí entendí que Santiago Quer no era capaz de adaptarse a un sistema en donde el profesor era empleado de sus alumnos.

Si hace quince años esto ya era un problema me imagino cómo será hoy, con una generación blandengue (si llueve no va clases) pero criada bajo la prepotente ética del mall: incapaz de despegarse del celular, que se moviliza por cualquier cosa con tal de capear clases -los diez pesos de la micro, por ejemplo- y baila coreografías de reggaetón en el recreo. A veces creo que el peor pecado en el Chile actual es criticar a los adolescentes. “Son idealistas y creativos, se manejan con códigos que tú no entiendes”, coinciden amigos míos. Tal vez, aunque a mí me parece que el mentado nuevo código es la misma imbecilidad vital de Potoco pero 'conectada al mundo' y con un poco más de plata en el bolsillo. Pero qué sé yo también.

28.8.05

Temporal de Mierda

En lo que es la capital precipita y ante el inusual evento meteorológico las arterias colapsan dado el escurrimiento de las aguas-lluvia: el Señor Manguera decreta alerta amarilla por la emergencia climática, pero advierte que no se suspenderán las clases porque desde el punto de vista técnico gracias al esfuerzo-país de los últimos años la urbe ha resistido muy bien el embate de la naturaleza (los escolares apesadumbrados protestan frente a la pantalla; también los profesores). Los vecinos “improvisan artesanales diques en una calle que parece río de lodo”, metaforiza un poético periodista. Mientras, otros colegas se pelean por entrevistar a la Intendenta, quien tras el sobrevuelo de rigor informa con cara de asco que el saldo de damnificados por el frente de mal tiempo sube de 690 a 692 y que al complejo de albergues de La Reina ha llegado un albergado. “Hemos repasado todos los refuerzos de lo que son los puntos críticos del Área Metropolitana y coordinaremos el apoyo del contingente militar para efecto de despejar la salida del nivel de lluvia antes de tomar medidas, digamos, más definitivas”, aclara la estupenda funcionaria.

En Lo Barnechea ciertos grupos familiares en riesgo social han quedado en la calle perdiendo sus escasos enseres: la autoridad de vivienda promete una pronta solución habitacional (¿no sería mejor una casa?), mientras la alcaldesa se soba las manos pensando en que de una puta vez podrá deshacerse de esos rotos que afean su comuna.


Por su lado, en La Florida un ágil reportero descubre que en ciertas intersecciones anegadas por la salida de caudal -o puntos críticos- se han instalado carritos que ayudan a cruzar a los peatones sin mojarse: no se trata de buenos samaritanos pues cobran por el servicio, nos revela. “Hay gente imprudente que insiste en salir de sus casas pese a las advertencias de la autoridad”, protesta a continuación luego de ser empapado por una camioneta. En el Sector Oriente han caído 120 milímetros de agua, causando estragos nunca vistos por allá arriba (¿en el Sector Poniente hay sol?). La TV no sabe bien qué hacer, porque el inundado ABC1 no es tan abierto como la Señora Juanita a la hora de abrir sus puertas para mostrar el electrodoméstico mojado. Así que el grueso del trabajo reporteril se concentra en transmitir en directo las mudas reuniones del Comité de Emergencia que
-al parecer- decidirá si en las próximas horas seguirá precipitando o no.

25.8.05

La Callampa del Mono

Abelardo me muestra una revista con Cindy Crawford en portada: coincidimos en que la veterana se ve más que bien. El maní salta lejos y acto seguido la diseñadora Caramelo se gira para apreciar la foto.
- ¡Uy, qué arrugada está! - comenta.
- Chis, mejor mira cómo estai voh recién a los 30 años - le señalo coloquialmente haciéndome el simpaticón.
El tema muere ahí y lo olvido completamente.

Al día siguiente Caramelo no quiere hablarme. Luego de rogarle que me diga qué cresta le pasa, con ojos brillosos la muchacha se declara injuriada por mi estúpido comentario. Esa noche no ha dormido bien: "Hay cosas que no se le dicen a una mujer", me informa. Cuento corto: ya llevo casi un mes haciéndome el lindo para que me disculpe; algo que, por cierto, incluye abstenerme de reprochar su esperpéntico desorden. Sin querer queriendo le había tocado la fibra sensible, autorizándola a ofenderse y hacerme pagar caro el atrevimiento. La gente que me conoce tiende a tolerar estos exabruptos, pero a veces el tiro me sale por la culata. ¿Demasiado franco? No, demasiado huevón.

Si hay algo que debo reprochar de mi formación es lo deslenguado y grosero que soy. En mi infancia, cuando mi papá sufría algún accidente casero -ser pisado por una vaca, por ejemplo- recitaba un rosario interminable de palabrotas que prontamente aprendí, luego perfeccioné y hoy uso sin tino alguno. A mis amigos los trato cariñosamente de ‘maldito zopenco’, ‘mermelada de testículos’ o ‘escroto humano’; y a la menor provocación mando amablemente a ciertos colegas a hacerse un candado chino, lavarse el kayak o engullir sus propios excrementos. Mi insulto preferido es "¡por la callampa del mono!". Flor de frase, muy ilustrativa.

Como parte de mi lucha adolescente contra la timidez me propuse sobresalir en diversos ámbitos y así ganarme el respeto de la gente: no lo logré, por lo que decidí destacarme como el sujeto que escandaliza al resto exclamando brutalidades. En cierta ocasión fui sorprendido por una periodista mirando absorto el pañuelo con el que recién me había sonado: "a los mocos más grandes los bautizo", le dije para salir del paso. Por esas mismas fechas metí de contrabando a JP y Negro Pardo en el cumpleaños de un compañero de trabajo. En un momento de euforia les expresé a viva voz: "¡no pueden quejarse con todo lo que han comido los chuchesumadre!". Justo en ese momento se produjo un incómodo silencio tipo Chavo del Ocho, todos los concurrentes se dieron vuelta a mirarme y pasé a la fama como el tipo más desubicado e insolente del planeta. Nada cambia: sólo el domingo pasado me agarré a chuchadas en plena calle con un octogenario vendedor de cortaúñas al que casi atropellé en bicicleta. Feo, muy feo.

Colofón: cuando digo que se me ha refinado el hocico me refiero a lo que echo adentro, no lo que sale de él.

22.8.05

Yo no soy Metrosexual

El desvergonzado Ram tuvo la tupé de acusarme de haber pasado a integrar las filas del metrosexualismo dado mi abandono del jote y otros atroces combinados alcohólicos. Es verdad: el fin de semana degusté una deliciosa fondue con Late Harvest, comí sushi con palitos en el Kintaro y luego de postre una Crème Brûlée en Les Assassins. Gua, cuánta cursiva. Recorrí 15,4 kilómetros en bicicleta sólo por el gusto de hacer ejercicio. Demostré mi lado sentimental reconciliándome con mi amigo JP luego del triste malentendido de ‘el hombre que no quería trabajar’. Y disfruté a Cary Grant y Katharine Hepburn en La Adorable Revoltosa, comedia clásica que me hizo reír a carcajadas como sólo recuerdo haberlo hecho con Jerry Lewis (debería agregar que fui a ver La Casa de las Dagas Voladoras, pero como detesté con toda mi alma ese pastiche multicolor lo omito de este compilado de selectos panoramas adulto-jóvenes).

Claro, durante este wikén me dediqué casi íntegramente al estupendismo. Casi no me reconocía en el espejo. Pero de ahí haberme convertido en devoto de Beckham hay como otros 15,4 kilómetros de distancia.

Como ya saben, el metrosexualismo es una filosofía de vida sustentada por diversas fábricas de cosméticos: esencialmente postula que para ser sensible el hombre debe esparcirse en la cara, el pelo y el cuerpo los mismos menjunjes que una mujer. Tiene también que ver con perder mucho tiempo en el baño acicalándose (no vale si uno se pasa media hora defecando). Esta moderna religión te exige ir con frecuencia a vitrinear al shopping center para estar al tanto de los avances de temporada. Definitivamente el metrosexual debería visitar el gimnasio un par de veces a la semana y ser cliente de una peluquería en donde haya que hacer reserva previa… ah, claro, y hablar de vinos como si la plantación fuera suya. Una vez cumplidos todos estos menesteres el hombre estará preparado para entender al sexo opuesto y empatizar con sus inquietudes del día a día.

¿¡Entonces cómo diablos podría ser yo metrosexual!? El jueves pasado ocupé una hora en afeitar un suéter de tres lucas que compré en una barata hace mes y medio. Mi presupuesto de ropa se reduce a doce lucas por año y ya hablé alguna vez de mis zapatos (“se usa hasta que se rompe”). En mi casa no se plancha a menos que: 1) me vaya a casar, 2) un(a) amigo(a) se vaya a casar. El mayor afeite que tengo en el botiquín es el talco que ocupo en mis partes blandas: soy un transpirador incontrolable. Lengüeteo el plato cuando algo me gusta mucho y como pan con salsa de tomates. No, no puedo ser metrosexual. Devoto de Beckham jamás; quizás de Juan ‘Candonga’ Carreño, y con suerte. Además como estoy casado no necesito conquistar ni entender a nadie. Ja.

18.8.05

Suicidio Asistido

Con el tiempo el hocico se me ha ido refinando. A los 17 años llegaba a las fiestas con una botella de pisco de 30° camuflada en la parka y me la tragaba solito. "Ah, las locuras de juventud..." Habitualmente esas mismas noches terminaba arrojando un filodendro por el wáter o dibujando un paisaje con cera líquida en la muralla de la cocina. Entre mis conocidos se popularizó la frase "déjate de huevear o invito a Distémper a tu cumpleaños". Sí, fui un adolescente tardío y fastidioso que sumergía en parafina su perpetua falta de tema. En medio de mis frecuentes desvaríos etílicos coqueteaba con la idea del suicidio (bueno, también le coqueteaba a cualquier bípedo con ovarios que me prestara un mínimo de atención, pero esa es otra historia). Luego de establecer mi oficina en el Bar Restorán Bahamondes le dije a medio mundo que acabaría con mis días para mi cumpleaños número 18, generando cierta inquietud e invitaciones a Encuentros EJE. Por supuesto la noche en que crucé a la adultez estaba tan borracho que ni siquiera recordé matarme, aunque meses después fui salvado en pleno vuelo desde un décimo piso por un gordo computín que apenas conocía. Trece años han pasado: debo ser honesto de una vez y admitir que aquella terraza era inmensa y justo elegí el lugar donde estaba el enorme sujeto para practicar en cámara lenta mi ridículo salto al vacío. Sí, quería que me ‘salvara’ tal como hizo, que la sociedad quedara preocupada y me prestara atención. ¿La causa de mi desazón vital? Una rubiecita no le hacía caso a mis torpes afanes de conquista, limitados en general a rayar los bancos de la sala con su nombre. Un verdadero suicida sentiría vergüenza de mí.

Pero no sé cómo llegué a estas espantosas confesiones. Lo que quería decir es que tengo cada vez el paladar más fino, bebo como un caballero y hace años que ni siquiera me acerco a abrazar el manubrio de loza. Claro, mi hígado ya no es el de antes (mi cerebro tampoco) y el licor malo me descompone. Ayer estuve reunido con la simpática Andrea R, quien tuvo la gentileza de grabarme el mítico disco de Fiction Factory que venía persiguiendo hace años. Tomé un schop y un par de cervezas azuzado por la entretenida charla; luego volé a casa en donde me esperaba Manguac para ver el pésimo partido Perú-Chile. Compramos a $550 unas latas de cerveza francocanadiense en la calurosa pollería Manina (jurando que habíamos hecho flor de negocio). "Mmmh, este exclusivo producto importado tiene un saborcito especial, nada que ver con la desabrida Pílsener Cristal", fue el comentario unánime. Manguac: si estás leyendo esto te informo que la cerveza Alpine estaba vencida desde marzo pasado, lo que explica la extraña oferta y ‘el gustillo ése’. Misterios sin resolver: ¿cómo diablos llegó una partida de cervezas descompuestas de St. John, Canadá, al freezer de un grasoso cuchitril de Avenida Matta?

Obviamente esta mañana me levanté como si me hubiera atropellado un tanque. Por ello a partir de hoy comienzo una campaña personal para abandonar la mala cerveza, el schop de litro, el vino en caja y en bolsa, el pisco de cualquier marca y gradación, Ron Silver, Coñac Tres Palos y cualquier producto de la marca Mitjans. Ahora sólo optaré por el vino de pelo, whisky y algún otro licor espirituoso de cierta nobleza. Mis queridos sesos se lo merecen.

16.8.05

Voto Útil

No me acuerdo cómo cresta después de la pichanga terminé hablando con Manguac sobre Juan Guillermo Vivado. Nos preguntamos qué habría sido del tieso animador luego de desaparecer abruptamente de pantalla. Obviamente recordamos el chisme que dice que en la Clínica Alemana a Juan Guillermo tuvieron que extraerle un condón entrampado en el ano. Bueno, otras fuentes mencionan una botella en la Clínica Las Condes. En fin, a esta altura -cuando la podredumbre de la farándula ha tomado por asalto el cerebro nacional- la historia del profiláctico parece de salón. Lo que son las coincidencias: un par de horas después me entero de que Vivado será candidato a diputado por RN en Providencia y Ñuñoa. Mientras saque de la Cámara a la obtusa Marcela Cubillos, mis parabienes.

Luego de abandonar la cancha del San Ignacio coincidentemente la charla derivó a la política. Le conté a mi amigote que ando con ganas de votar por el fome de Hirsch: a) para hinchar las pelotas, b) porque habla de corrido, c) pues creo que la Bachelet es tan derechista como Lagos. Y, claro está, realmente no veo ninguna razón para que en Chile alguien que no sea millonario vote por la derecha, cuyo único leit motiv parece ser la defensa del 5% más rico de la población.

Y entonces comienzo a divagar. Me gustaría que el gobierno de turno afectara positivamente mi vida: sí, exijo que el Estado me dé algo que sea a cambio de mis impuestos, al menos la seguridad de que -por ejemplo- podré educar a mi hija decentemente sin tener que vender las córneas a cambio. O la certeza de que alguien arreglará de una puta vez la Avenida Matta, cuyo pavimento parece un queque deforme desde que tengo uso de razón. Otra cosa: como dice mi padre, quiero también que las autoridades cambien el tonito cuando nos hablen. ¿Se han fijado que estamos gobernados por una manga de tipos con cara de culo y enojo permanente? En cualquier otro país a Lagos lo habrían derrocado por pesado y prepotente: acá es el presidente más popular de la historia republicana. Pucha que vamos a extrañar la época cuando Ricardito puteaba a todos a diestra y siniestra mientras nos mandaba a trabajar sin chistar. Nos gusta que nos traten con la punta del pie, parece.

Para retomar el tema, si el gobierno no me va a dar nada, entonces le ruego que por favor no me joda.

Cuando ya comenzaba a pedalear de vuelta a casa coincidimos con Manguac en que las encuestas políticas son una mugre y que sería deseable que una transnacional se instalara en Chile para conducir al menos una vez al año un estudio de opinión decente e imparcial. Ah, claro, le aconsejé al final que desechara la idea del ‘voto útil’ por Lily Pérez para sacar a Longueira del Parlamento: mejor malo que tonto, creo yo. Luego me puse a alegar a voz en cuello contra un chanta emprendedor que me debe plata hace más de un año, y a quien sigo trabajándole porque la necesidad tiene cara de hereje. Y me fui.

11.8.05

El Niño más Afortunado del Mundo

Un aviso en el Metro muestra a un niñito rodeado de peluches. Delicadamente, Gerber nos advierte que si no le ponemos cierta vacuna "sus amigos podrían quedar solos". En castellano: compra nuestro producto o tu hijo morirá. Una cosa es que me digan que si no uso tal desodorante seré un perdedor, pero esto me parece algo macabro. Ser padre es una experiencia maravillosa incluso para un tipo rudo como yo -disfrutarían ver cómo me corre la baba ahora que la Josefina comienza a gatear- pero a veces pienso que sería mejor criarla dentro de una cueva en la punta del cerro.

Todos quieren ganar plata a expensas de los asustados padres primerizos. El raciocinio es el siguiente: ya que podrías hasta pasar hambre por tu hijo, entonces no te costará demasiado gastar lo que sea para mantenerlo sano, cómodo y feliz. Flor de negocio. Mientras más chica la ropa, más cara. Con diez lucas me compro tres suéteres, pero con suerte me alcanza para un pantaloncito de guagua. Qué le vamos a hacer, “el tesoro de la casa se lo merece”.

Ya, claramente el negocio es vender y si quiero o no tragarme la propaganda depende de mí. Pero el mercado infantil es además intolerablemente racista. Tengo en mis manos la revista Ser Padres Hoy, que en el fondo es un catálogo de productos que las Farmacias SalcoBrand encajan a sus clientas en edad fértil. En la edición de agosto se publican fotos de 38 niños, incluyendo los anuncios. De ellos, 33 son rubios, dos colorines y tres trigueños. ¡Incluso en las infografías dibujan niños rubios! Probablemente ni en Finlandia existe tal índice de palidez.

Claro, no cuento las galerías fotográficas de niños chilenos reales que compiten por ganar el cetro de ‘Bebé Popeye’, en donde las criaturas tienden a ser bastante más mestizas. ¿Los publicistas los prefieren rubios? Eso explica entonces que el joven Vicente Gabriel Vial Contreras, de tiernos once meses de edad, haya ganado en esta misma edición dos concursos de belleza distintos: uno por su cara y el otro por la panza de su mami. La doblemente dichosa expresión de la madre refleja el destino de una familia condenada al éxito.


Hace algunos meses la tienda de vestuario infantil Colloky tapizó Santiago con avisos de su línea Otoño-Invierno. De los cuatro niños que aparecían en el cartel, dos eran rubios: los otros dos, derechamente albinos. En su sitio web todos los modelitos son adorablemente blondos. ¿Se trata de una transnacional escandinava de la moda (como sugieren además los descabellados precios de su porquería de ropa)? No, es una fábrica de Quinta Normal con 30 años en el mercado chileno. Su declaración de principios: ‘Apoyar a los padres en cada una de las etapas del desarrollo de sus hijos, facilitando el vestir integral con productos de primera calidad, de acuerdo a las tendencias de la moda mundial y a un precio alcanzable’.

8.8.05

El Blog de Luchito el Peluquero

Luchito tiene unos 80 años. Sé que ya le cortaba el pelo a Don Carlos, mi casero, hace medio siglo. Era otro Chile, antes de que llegaran la tele, los product managers, la 1-2-3 de Moulinex, el Cerelac, el arribismo del shopping center, el prepotente sabelotodo y el twist. Un país menos egoísta e idiota, según todos mis antecedentes. Han pasado las décadas con Luchito como testigo, pero sus clientes poco a poco van muriendo a medida que el barrio como él lo conoció también agoniza. Supongo que en los años ‘50 la avenida Diez de Julio no era la mala copia de Kabul que es hoy y que sus barrios aledaños no estaban plagados de billares, cafés con piernas, teletraks, liquidadoras de ropa horrible y docenas de grasientas tiendas de repuestos. Los sábados Luchito se va más temprano que lo habitual porque meses atrás un desalmado se cortó el pelo y luego le robó el reloj, aprovechando que esas tardes casi nadie transita por el lugar. Mi amable vecino el peluquero es un pasmado sobreviviente de otra época, como espero seré yo si llego a esa edad.

Luchito tiene las manos siempre heladísimas pero sigue trabajando a diario. Lleva tres años nervioso -durmiendo mal y con problemas estomacales- porque el gran caserón que ambos arrendamos está a la venta. Probablemente tendrá que abandonar el negocio que lo ha cobijado por décadas y eso le asusta: siempre le digo que no se preocupe, que la gente que lo aprecia no lo va a dejar botado.

A veces uno cree que lo ha visto todo. Pero no. Así es como inopinadamente la revolución de los blogs se instaló como una dictadura aristócrata que nadie ha pedido. El asunto es radical: si para el 2008 no tienes blog quedarás fuera del sistema, señala un tipo que el 2010 quiere ser Presidente de Chile. La vida será el blog y sin blog serás una especie de ermitaño ebrio incapaz de distinguir tu pie derecho del izquierdo.

Y claro, me preocupa Luchito, porque no sé cómo darle clases de blogueo, las que debería empezar hoy mismo. “Enséñale a bloguear; le cambiará la vida, el negocio y la forma de relacionarse con sus clientes y gremio. Además será el primero que empiece, después va a tener que subirse igual, pero empezando de cero, con muchos peluqueros con blog… con los blogs se convertirá en referente, saldrá en el diario y en la tele”, me advierte el maestro con entusiasmo. Lo bueno es que Luchito posee sentido del humor, porque otro peluquero-sin-blog menos paciente probablemente me clavaría las tijeras en la frente durante la primera lección: sería al menos una forma más rápida para salir en la tele.

5.8.05

El Día del Ñoño

En pleno noticiero central la perspicaz periodista se pregunta dentro de una juguetería cuáles serán los orígenes del Día del Niño (¿viejos rituales de los párvulos mayas?, ¿ceremonias ostrogodas de iniciación?). La nota se complementa con la exhibición de chismes taiwaneses recién desembalados, un dirigente del comercio detallista sobándose las manos y la opinión de buena crianza de la sicóloga infantil de rigor. Por un tema profesional debiera ver noticias todas las noches, pero los mercachifles me indigestan. Aproximadamente a las 9:20 PM en todos los canales comienza a aparecer la publicidad disfrazada de periodismo: el auge del agua mineral saborizada, los tours del Padre Hurtado a Roma o la importancia del celular para el estudiante de tercero básico.
Curiosamente esos segmentos se denominan 'Crónicas' o 'Reporteros', sugiriendo que aquello que veremos será periodismo de investigación: las pinzas. ¿Sus únicas fuentes? Sonrisales product managers estratégicamente ubicados delante de un anaquel que exhibe sus cachivaches. En general estos reportajes RR.PP. concluyen con la opinión experta de un imberbe consultor (¿qué consulta?), quien frente a su PC de última generación nos revela que el invierno es una excelente temporada para la venta de suéters, en diciembre aumenta la ingesta de helados o que el mercado del Sapolio va a la baja.

Volviendo al tema, lo que la avispada colega olvidó en su nota es que en 1988 no había Día del Niño alguno: tal como todas estas fechas nació y pervive gracias a la Cámara Nacional de Comercio, V
illage, multitiendas y otras empresas ligadas al ítem regalos. Hace un par de meses mi papá me confirmó que cuarenta años atrás tampoco existían ni el Día de la Madre o el Padre: ambos homenajes se rendían en octubre, haciéndolos coincidir con el Día del Profesor en una semana de locas festividades. Por eso habitualmente nuestros progenitores no se emocionan demasiado en 'su día', no saludan a sus propios padres y a lo más agradecen con ternura la piedra pintada con forma de mosca que el cabro chico hizo en Artes Manuales.

Aparentemente la citada Cámara determinó en algún momento durante los '70 trasladar estas fechas a meses de bajo movimiento comercial. Luego, supongo que con el estímulo de la Asociación de Restoranes, los días en cuestión se transformaron en móviles para hacerlos caer en domingo, ocasiones en que los patios de comida de los malls se abarrotan de sardónicos festejados que terminan pagando sus propios festejos. Por fortuna otras conmemoraciones similares -como el Día del Abuelo o del Amigo- no han prendido entre la masa compradora y a lo más sobreviven agonizantes en una apurada llamada telefónica o el mensaje de texto a la 'amigui': "FLZ DIA AMGI, TQ MXO".

Para no ir tan lejos, recordemos que en junio se celebró el ignoto Día del Blogger. Podríamos agregar que una niñita me preguntó hace poco sobre cómo celebraba Jalogüin cuando chico. Sería interesante mencionar que la Navidad llegó a Chile sólo a comienzos del Siglo XX, o que el Viejo Pascuero como lo conocemos es un invento de la Coca Cola, pero sería caer en lo obvio. Y acá evitamos eso, chiquillos.

3.8.05

Patada al Hígado

Todos los días me levanto tipo siete y media de la mañana. Desayuno, me ducho, visto a la Josefina, la voy a dejar a su sala cuna y me voy al trabajo adonde llego habitualmente diez minutos antes de lo que corresponde, por si las moscas. Saludo a don Juanito, abro la puerta de la oficina, levanto la persiana, prendo mi PC, enciendo la radio, abro mi cajón para sacar la botella, voy al baño a llenarla con agua, vuelvo al escritorio, ingreso la contraseña y así comienza mi día. Es una deslavada rutina y la autoconciencia de ella me hace recordar cada mañana a la eterna repetición de nimiedades de Whisky. Quizás no es esto lo que soñé a los 20 años, pero son sólo cinco horas, soy adulto y debo vivir la vida real: una niñita depende de mí, tengo cuentas que pagar, mantengo dignamente una casa y aspiro a ir saliendo de a poco adelante. No le pido nada a nadie ni intento generar lástima, porque todos sabemos que la vida es así y hay cientos de miles de trabajos más rutinarios, mucho más duros y peor pagados. Soy razonablemente feliz con lo que hago. Y bastante más feliz cuando llego a mi casa.

Acá hago otras cosas y muchas tardes las paso frente al computador trabajando. Cada peso extra que gano lo ahorro con la esperanza de pronto comprar un departamento: “de a pesito a pesito se llena el saquito” dice Moni parodiando a Mi Pobre Angelito. Y así es. Me encantaría tener el Canal del Fútbol, irme de vacaciones a Budapest o vaciar una librería de cuando en cuando. Pero no.

Esto me va a costar escribirlo porque no sé cómo agarrarlo. A ver, hay personas mayores de 30 años que por ahora no quieren trabajar. Me parece estupendo que algunos privilegiados puedan emular la vida contemplativa de los dandis del siglo XIX. Sólo un apunte: siento una leve molestia alrededor del hígado al pensar que ingenuamente renuncié a seguir ‘llenando mi saquito’ para regalarle un trabajo a alguien que ha buscado empleo, pero sin muchas ganas. A quien tiene como regla de oro no casarse con nada de lo que no pueda prescindir o que lo obligue a estar en el mismo sitio por más de cinco minutos. Y no sigo porque estoy desilusionado, tengo rabia, JP es mi amigo desde hace 15 años, no entiendo cómo un tipo discreto aceptó una exhibición impúdica de ese calibre, no puedo creer que haya dicho tamañas barbaridades y el resto prefiero hablarlo en persona.

1.8.05

Manguac

Estuve reunido en una extraña asamblea con Abelardo, el cinéfilo Ram y la misteriosa Carolina Moro. Por respeto a los concurrentes no detallaré lo que se trató ahí, aunque sí diré que a las “tres de la mañana” miré la hora y en realidad eran las 6:03 AM, por lo que debí escapar raudo al hogar en donde era esperado con un uslero. Aún no me explico la causa de ese aterrador vacío temporal por el que fuimos abducidos. Jo.

En fin, en cierto momento la enigmática escritora se declaró turulata al saber que Manguac era un personaje real: la muy incrédula pensaba que se trataba de una especie de alter ego creado por mi subconsciente para justificar ciertas carencias. Ram le aclaró que el personaje en cuestión existe pues lo conoce, aunque insistió en acentuar mal el alias. Se pronuncia Manguac, no Manguac. Es una palabra de origen vikingo-tolteca que significa ‘camarada’. Jo jo.

Manguac es una amistad tardía. A la gran mayoría de mis amigos los hice en la Universidad. Sin embargo a este lolo de cutis lampiño lo vine a conocer recién a los 26 años, cuando por azares del destino comenzamos a vivir juntos en un carísimo departamento en Siena sin siquiera conocernos de antes. Durante esos tres meses apenas cruzamos palabra, pero al día siguiente de mudarnos nos hicimos inseparables. Eran momentos en que necesitaba apoyo y él fue el único que estuvo ahí para prestarme el hombro.

Con el tiempo la complicidad se ha hecho absoluta. Me acompañó mientras hacía el loco en España y al regreso a Chile vivimos juntos acá antes de casarme: durante esas agradables noches tomamos pisco con jugo para luego interpretar completo en guitarras imaginarias el disco debut de Black Rebel Motorcycle Club. Jugamos habitualmente a la pelota con su hermano chico y hace rato que ya ingresó con plenos derechos al círculo de hierro. Manguac incluso pasó un fin de semana con mi familia en Los Molles, ha bailado con mis hermanas y falta agregar que es padrino de la Josefina.

O sea, Manguac existe y es mi mejor amigo.