28.7.05

Sacrificio Humano

Ni siquiera había puesto un pie en la sede vecinal cuando una veterana que no había visto en mi vida me solicitó que fuera a avisarle a la señora Nery del 450 -la casa con el toldo blanco, mijito- que la gente ya había llegado. Partí raudo a buscar a la dama en cuestión como eficiente niño de los mandados: por supuesto ni siquiera encontré el toldo y al retornar la presidenta de la Junta de Vecinos ‘El Progreso’ ya estaba lista para presidir la sesión.

  • Tema a Discutir: recolección de residuos domiciliarios
  • Expositores: funcionarios del Departamento de Ornato de la Municipalidad de Santiago
  • Asistencia: 37 personas
  • Edad Promedio de la Concurrencia: 71 años (y no es broma)

Hace algún tiempo me quejé porque todos los basureros de mi cuadra habían desaparecido. Pues claro, era el comienzo de un plan piloto de nuestro alcalde -personaje mediático curiosamente ligado al negocio- destinado a obligarnos a acumular la mugre en casa y sacarla justo antes de que pase el camión recolector (lo que sucederá tres veces a la semana, tipín mediodía). Los ágiles inspectores municipales cobrarán multas a quienes dejen los desperdicios en la calle a deshora. Estuve tentado de renunciar a mi trabajo para permanecer lunes, miércoles y viernes al aguaite del camión con mis bolsitas y así no ser sancionado, pero lo estimé poco rentable.

Relatar la insólita galería de sandeces que escuché durante la asamblea ocuparía mucho espacio, pero menciono algunas para vuestro solaz:

  1. Durante los fines de semana, en la calle Roberto Espinoza grupos de gótico-satánicos ya no efectúan sospechosos rituales con animales: ahora realizan sacrificios humanos en plena vía pública. Las vísceras y sangre resultantes no son limpiadas sino hasta el lunes.
  2. Dejar la basura tirada en la calle para que se la coman los perros y ratones es más higiénico que depositarla en receptáculos.
  3. Raúl Alcaíno está realmente muy preocupado de nuestro bienestar y pese a disfrutar de sus merecidas vacaciones sigue atento la inquietud ciudadana.
  4. Los habitantes de la comuna de Santiago somos todos pobres y muy incultos y por eso no podemos gozar de contenedores como en el resto del Chile urbano.

Luego de esta última declaración -y superando mi talante habitualmente timorato- pedí un aplauso para el Subdirector de Ornato, quien se retiró en medio de las pullas de la vetusta concurrencia. Dos reflexiones: 1) de los asistentes, sólo dos éramos menores de 50 años, lo que habla pésimo de la participación de una generación criada en dictadura (como luego me acotó mi hermano); 2) en ciertos pasajes me sentí orgulloso de varios de mis vecinos, quienes exigieron con argumentos sensatos y tajantes que dejaran de tomarnos el pelo. El funcionario -quien al inicio se las trató de dar de cancherito- quedó de volver la próxima semana con una respuesta. No creo que lo haga, pero al menos salimos de buen humor.

25.7.05

Osito de Felpa

Costas me acusó de crear un personaje demasiado adorable en este blog. Una especie de Michael Landon en La Pequeña Casa en la Pradera; un pan de dios casi irreconocible para quien haya tratado al autor de carne y hueso. Ah, es verdad, a Distémper dan ganas de abrazarlo como a un osito de peluche... si parece que no tuviera defectos. Pero ojo, no engañarse, sí los tiene. Copio y pego una lista de ellos que le hice cinco años atrás a mi amiga Juani, hija ilustre de Extremadura:
  • Me como las costras; es que son ricas
  • Puedo ducharme por una hora seguida
  • Si tengo un grano me rasco hasta sacarme sangre. Es que me provoca cierto placer. Y luego tengo costra, mmmh
  • Vomito por la nariz

(Creo que esta lista se circunscribía a las guarradas que hago en el baño, pero no estoy seguro).

Podría agregar que aparte de ello soy un hinchapelotas doméstico, grosero a cagarse, flojo en las labores de la casa y que -por desgracia- tienden a importarme una raja la mayoría de las cosas. Muchas veces me hablan y en realidad estoy en la luna: aún así puedo responder algo coherente. Tengo un gusto musical discutible y anclado en el año ’87; veo cine con más pasión enciclopédica que mero disfrute artístico y de pintura no tengo idea salvo un par de cosas que repito sin entender mucho. Soy rencoroso, vengativo, odioso, sarcástico con medio mundo (hasta con mis venerables abuelos) y espantosamente hocicón: si me hacen cosquillas lo cuento todo con lujo de detalles. Una cerveza también ayudaría, por si acaso. Además soy nerviosón y cuando me enojo puedo ser el tipo más cruel del mundo. Y -debo admitirlo -soy prejuicioso, mis conocimientos informáticos dan lástima, soy desafinado pese a que canté en un coro y si no fuera mal visto usaría todos los días la misma ropa. Ah, tengo opiniones del año que me pidan y me gusta escuchar la música a todo chancho.

Si sigo con esto van a llegar a apedrearme la casa, así que basta.

21.7.05

Cómo Superar la Timidez

Chile es un país de pretenciosos en donde el tipo que compra lentejas al por mayor para venderlas al menudeo se hace llamar product manager y Pedro Pablo Russo -desde su trono como Ejecutivo de Cuentas- se creyó el año pasado con el derecho a decirme que yo no merecía pedirles un crédito hipotecario. Sí, claro, podía estar ahí para pagarles sin chistar cien mil pesos anuales por concepto de comisiones y mantención; pero el banco de la Teletón y Pinochet no se arriesgaría a financiarme ‘el sueño de la casa propia’. Me ofendió pero callé como hago habitualmente.

Soy tímido y dejo cotidianamente que me avasallen. Me dan pánico los desconocidos y transpiro como animal en las entrevistas de trabajo. Apenas llego a cualquier reunión siento la urgencia de prender un cigarrillo para esconderme detrás del humo. De niño no era así, pero llegué a Santiago y jodí. Nunca me he acostumbrado del todo a esta puñetera ciudad, aunque mi vida hoy es infinitamente más feliz y sencilla que cuando tenía doce años y estaba listo para el sanatorio.

Creo que el peor momento en la vida de un tímido es cuando descubre que con media caja de vino encima deja de serlo. No necesito explicar por qué. Hace años, en una reunión con compañeros de trabajo, un sujeto me apuntó con el dedo y me acusó de ser un pedante, de quedarme callado tras mi sonrisa sarcástica mientras los analizaba como ratas de laboratorio. Al instante me empiné dos vasos de vodka, esperé quince minutos a que la parafina hiciera efecto y luego le dije que era un imbécil. El muy cretino se había ofendido porque no me reía de sus rancios chistes, pero igual me dejó pensando hasta hoy en lo cruelmente malinterpretados que podemos ser los tímidos y nuestro silencio.

Todo esto es para relatar un nuevo paso adelante en mi lucha contra esta enfermedad. Luego de cerrar la cuenta en su porquería de banco -pues finalmente el TBanc me dio el visto bueno- P.P. Russo llamó para informarme que él no haría el trámite pues misteriosamente yo les debía cinco mil pesos. Acto seguido -superando cualquier tranca- lo mandé a la mierda, le dije que su banco era una tomadura de pelo, “y aprovechando tu llamado, Pedro Pablo, déjame decirte algo que hacía tiempo tenía ganas: creo que eres un tarado, flojo, inepto y el peor ejecutivo de cuentas del país” (sic). Acto seguido, mientras balbuceaba un “¡ah, sí, ahora déjame yo decirte que…!”, le colgué enfurecido. Cinco minutos después mi ahora ex Ejecutivo de Cuentas llamó para decirme compungido que en realidad eran ellos los que me debían las cinco lucas. La venganza había resultado perfecta.

Estuve toda la tarde riéndome solo como un idiota. Y eso que no estaba borracho.

18.7.05

Las Cargas


Otra vez me topé con Pedro Brito. Ahora fue mientras abría el portón de mi casa. Pedro me esquivó con su bicicleta; me miró pero no dijo nada y siguió su camino. Él es cartero: hace un par de meses me preguntó por una dirección. Lo reconocí de inmediato pero tampoco me atreví a saludarlo.

Hace trece años comencé a trabajar en la Radio Cooperativa. Era un niño y no necesitaba hacerlo, pero igual un buen día quise convencer al Director de Prensa de mis inexistentes atributos como reportero. Don Guillermo desechó mi peregrina idea pero sí aceptó tomarme como aprendiz. Pedro Brito era su asistente y así yo sería el asistente del asistente. “Pedro, este año vas a poder tomar vacaciones”, le informó Don Guillermo para justificar su extraña decisión. Veinte mil pesos serían mi primer sueldo y fui genuinamente feliz cuando los recibí.

Tres fueron mis labores esenciales ese verano: archivar casetes, servir café y fabricar cargas. Las "cargas" eran una especie de sándwich de nueve capas en el que se alternaban cinco hojas de papel roneo y cuatro calcos Kores. Ese 1992 aún faltaban cuatro años para que llegaran los computadores a la Cooperativa y el trabajo en el Departamento de Prensa se hacía en antiquísimas máquinas Underwood. Cada noticia debía escribirse por quintuplicado y para eso servían las cargas: dos copias para los conductores, una para el radiocontrolador, otra para el editor y una última para el archivo. Su elaboración era manual y el equipo de periodistas debía disponer de por lo menos doscientas cada día.

Al comienzo Pedro me trató con desconfianza, como si yo estuviese intentando robarle el puesto, pero pronto comprendió que mi presencia ahí no significaba nada… salvo tal vez un descanso. Él llevaba quince años haciendo cargas y sus manos estaban muy enfermas por el insano contacto con el carboncillo del papel calco. Tenía una terrible alergia que alcanzaba hasta los codos pero no era capaz de trabajar con guantes de goma como le recomendaron los médicos. Pese a lo que parezca, aquel inmundo trabajo requería de extrema precisión. Una vez hice una carga al revés (es decir, doblada hacia afuera y no hacia adentro) y un colega me la tiró literalmente por la cabeza en medio de improperios. Claro, muchos creían que yo era hijo del asistente y se sorprendieron cuando en marzo comencé a reportear durante los fines de semana gracias a la confianza de Don Guillermo y los buenos oficios de Pedro, quien era el encargado de asignar los turnos de trabajo.

Con Pedro Brito conversé por última vez el ’97, justo después de que en un ataque de hastío renuncié a la radio. Don Guillermo estaba agonizando y la primera medida de su reemplazante había sido expulsar a Pedro de la oficina. Lo habían relegado a la portería, en donde me confesó que sabía algo que nunca quise decirle: todos los periodistas lo odiaban porque él nominalmente era Secretario de Prensa, es decir, algo así como el segundo de a bordo. “Un periodista debería tener ese cargo”, se quejó amargamente un día un colega. Creo que alrededor de esa fecha comencé a odiar a mi gremio.

Aunque no se lo puedo decir, espero de corazón que las manos de Pedro -quien por cierto no se llama así en la vida real- hayan sanado.

13.7.05

Extraña Metamorfosis de un Anillo

Soy un escéptico. No creo en lo sobrenatural ni en la magia ni en el SPM ni en la meteorología. Pero algo estrambótico está pasando y no sé qué pensar. El asunto es el siguiente y es verdad: un sábado a comienzos de junio mi anillo nupcial amaneció casi cuadrado, como si alguien lo hubiera golpeado con furia. La joya en cuestión mutó drásticamente de su perfecta forma circular en el transcurso de unas 16 horas sin mediar acción de terceros conocidos (pues en general en mi casa los problemas conyugales los solucionamos hablando y no machacando nuestros respectivos efectos personales).

Pero mejor recapitulo. De lunes a viernes llego al hogar a las 2:15 PM y lo primero que hago luego de abrir la puerta y besar a mis niñas es dejar la argolla en el hall, al lado del teléfono, ya que me disgusta el contacto de las alhajas con la piel. Si salgo con el anillo a la calle es por mera convención… y como amuleto para ahuyentar a las encantadoras de serpientes de un tipo bien parecido como yo, claro está. No hay ningún martillo ni otro artefacto contundente en esa mesa; ni tampoco alguna llama o brasa que pudiera fundir inadvertidamente el metal (pues esos artefactos se llaman cocinas -no 'mesitas del teléfono'- y usualmente no se ubican en los vestíbulos). Aclaro que, hasta donde sé, ninguno de los integrantes de mi familia ha perdido la razón.

Si usar el anillo redondo ya me resultaba molesto, tolerar uno irregular fue casi una tortura, ya que me hacía transpirar el anular junto con causarme ciertas llagas. El martirio duró siete días, pues al sábado siguiente la alianza matrimonial amaneció completamente elíptica y no hubiese entrado en el dedo ni aunque me echara vaselina, producto del que por cierto no dispongo. Durante las semanas siguientes el anillo depositado en la mesa pasó por distintas formas poligonales, cada una más absurda que la otra (llegó a tener un aspecto similar a un huevo). Levantarme y admirar la metamorfosis a la que había sido sometido por fuerzas extrañas fue un deleite aterrador que se prolongó por un mes. Eso hasta que el sábado pasado volvió a amanecer redondo, aunque para ser precisos admitiré que ahora su forma más bien semeja a la figura geométrica conocida como isodecágono, es decir, un polígono regular de veinte lados (lo que para efectos prácticos da lo mismo porque nuevamente me cabe en el dedo).

Debo agregar que el anillo me costó bastante barato. No es que yo sea un insoportable tacaño (más bien me definiría como un adorable tacaño), pues cuando lo compré me encontraba desempleado y hambriento. Pero el oro -por muy baja ley que posea- no se deforma por el contacto con el aire frío. ¿O sí?

11.7.05

Por qué no me gusta Depeche Mode

En 1987 escuché Behind the Wheel en la Radio Galaxia y aluciné. Luego vi el video en Más Música y dije que ése era el grupo para mí, pues nunca soporté el glam rock, sus melenas, pantalones apretados y melodías de espanto. Depeche Mode era distinto y elegante, cuando yo creía ser distinto y elegante. Compré el Music for the Masses y al año siguiente el 101, que escuché sagradamente todos los días de 1989 de principio a fin. El '90 en Buenos Aires gasté mis pocos pesos en un par de cintas viejas que eran un tesoro porque sabía que nadie más las tenía.

Cuando salió Violator no podía creer que mi grupo (que era casi un secreto) se estaba volviendo popular. Mi amigo Conejo -fanático de Poison- me acusó de escuchar ‘música sintética’ y el Perro González advirtió que era impresentable que me gustara una banda en la que uno de sus integrantes aparecía montando un caballo de palo. Pero igual salté en una pata mientras Enjoy the Silence trepaba en el ránking de Sábado Taquilla: sentí que no estaba equivocado y ese 1990 me propuse vestirme de negro como ellos, comprarme una chaqueta de cuero que aún conservo, usar el pelo siempre muy corto (como hasta hoy) y no escuchar nada más que no fuera DM. Di la Prueba de Aptitud con mi ‘polera cabalera’ estampada con el rostro de los cuatro y la usé como amuleto hasta que se deshizo.

En la U comencé a escuchar otra música, pero siempre mi altar estaba consagrado a Depeche Mode. Tapicé mi habitación con pósters y gasté lo que no tenía para completar su discografía con bootlegs, doce pulgadas, videos y rarezas. Tuve tres amigos cercanos en distintas épocas nada más que por nuestro fanatismo común, y a los tres los perdí junto con piezas de mi discoteca. Aprendí a bailar solo frente a la radio con Shake the Disease y luego, cuando por fin tuve una chica para ir a la Blondie, me lucí (o al menos eso creía yo) con esas coreografías ensayadas durante diez años. El 10 de abril de 1994 me sentí por primera y única vez como una colegiala durante el concierto del grupo en Chile e intenté por dos horas atesorar esos momentos para que no se borraran nunca de mi memoria.

Pero se me borraron. Y por esto me dejó de gustar Depeche Mode:

  • Porque se creyeron rockeros, místicos e importantes
  • Porque dejaron ir a Alan Wilder -el único músico de la banda- para tener contento a Andy Fletcher, un palurdo que no toca ningún instrumento, no compone y ni siquiera tiene onda
  • Porque dicen detestar Get the Balance Right, que es una de mis canciones favoritas
  • Porque Songs of Faith and Devotion es un disco pretencioso y que traicionó toda la historia del grupo
  • Porque I Feel You es una canción de mierda imposible de bailar
  • Porque Condemnation, Only When I Lose Myself y Dream On son canciones de porquería con videos asquerosos, y aún así clasificaron como singles
  • Porque su próximo disco probablemente será igual de latero que el último
  • Porque me gusta el synth pop y parece que a ellos no, ya que siempre abominan del estilo
  • Porque no sé qué hacer con todo esto que acumulé por casi 20 años
  • Porque igual me gustan y me importan.

7.7.05

Vidavisión

Cada noche antes de dormir sufro Los Treinta, con sus pésimos y vetustos actores (Claudio Arredondo hacía de lolo en 1982) y esa filosofía de clase media arribista que invita cotidianamente al vómito. Trato de concentrarme en un libro, pero habitualmente termino cabreado al no poder abstraerme de los imbéciles diálogos que parece haber escrito algún onanista estudiante de cine del Insucopoc de Pueblo Hundido. No tengo opción: pese a mis reparos, mi compañera de lecho sigue con entusiasmo la dichosa telenovela e irme a instalar al living no es factible con el frío que hace.

Mi consumo de TV está muy por debajo de las cuatro horas diarias del ciudadano promedio y en general se reduce a Quién Manda a Quién y Los Simpsons. No me quejo por ello, pero se echa de menos alguna alternativa pensada para los mayores de 18 años sin cable. Por esa y otras razones celebro la llegada de un nuevo canal a la lamentable oferta de la televisión abierta. Sospecho que TeleC será igual de malo que el resto, pero al menos me permitirá incrementar el rango del zapping. Y además supongo que significará la definitiva salida de las pantallas de Vidavisión, el esperpento más funesto que ha parido la historia catódica nacional.

Espero de todo corazón que ese par de charlatanes pedigüeños salga para siempre de pantalla. Cada vez que veo al guatón chanta y al flacuchento de impostado acento caribeño se me erizan los pelos de ira. Siempre -pero siempre- están pidiendo plata en sus bochornosas Telemaratones para ampliar la señal a todo el mundo (sí, claro). Cada dos semanas traen a Chile un nuevo ‘profeta’ -lávense la jeta- que cambiará nuestra forma de adorar al Señor a cambio de contribuciones en efectivo. Ya me molesta eso de que exterioricen su fe a gritos, aunque si quieren hacerlo no soy nadie para impedirlo. Pero que ocupen parte importante del limitado espectro radioeléctrico para esquilmar a gente humilde simplemente me parece intolerable. Ahora bien, considerando que adquirieron hace diez días un estudio gigante a cambio de tres millones de dólares, sospecho que su vuelta al aire será pronta y rimbombante (en una de esas se compran Megavisión, lo que no sería tan malo tampoco).

4.7.05

El Soviet Supremo

Como era de esperar el trámite iniciado por la amable Sra. Zapallo para abrir una cuenta en el TBanc resultó más complejo de lo previsto. Aparentemente el target de este servicio de banca electrónica son los profesionales jóvenes y exitosos, lo que en mi caso se topa con un par de obstáculos:

  1. No soy exitoso.
  2. Tampoco soy -digámoslo- ningún jovenzuelo que mire con esperanza el porvenir.

Para certificar mi valía, la Sra. Zapallo -con quien ya me he reunido cinco veces y que por cierto abomina de su trabajo- me pidió que le faxeara mi título universitario. De este modo podría demostrar que soy un tipo con proyección, pese a lo que la cruel lógica indica. Pero por desgracia el diploma, en vez de estar adornando mi despacho (si es que tuviera uno), reposa en las bodegas de la Contraloría General de la República desde 1998. Es que he estado muy ocupado durante estos últimos siete años como para ir a buscarlo y no pienso pedir un día administrativo -que es un beneficio del cual en realidad no gozo- para ir a rescatar el cartón del sueño de los justos.

Así que ingenuamente ingresé al sitio web de mi Alma Mater, esperanzado en encontrar un sistema electrónico de emisión de certificados. Desde luego no existe, por lo que debí concurrir en persona a la prestigiosa casa de estudios, de la cual no guardo recuerdo alguno porque jamás estudié en ese Campus (así que no alegraré este relato con jocosas anécdotas de desenfreno juvenil).

Luego de esperar por veinte minutos frente a una ventanilla se me informó que para obtener un papel que diga que yo efectivamente estudié ahí debo pagar 15 mil pesos y esperar una semana. “Yo le podría imprimir el documento ahora mismo, pero el problema es conseguir la firma del Prosecretario” me informó la funcionaria con un dejo de sorna. Le hice ver que me parecía que el servicio era algo lento, considerando la revolución digital que ha azotado a esta larga y angosta faja de tierra en el último lustro, pero el argumento no acabó por convencerla y dio por terminada la cháchara abruptamente.

Por suerte camino a casa recordé que en 1999, durante algún momento de lucidez, ya había pagado otra fortuna para obtener un papelito similar. Lo encontré contra todo pronóstico y la Sra. Zapallo ya debe tener el dichoso fax en sus manos. Ahora bien, ¿realmente necesito tanto tener una nueva cuenta bancaria como para pasar por todas estas pellejerías? En cuanto al certificado que debe firmar el Prosecretario, espero que haga un lulo y se lo introduzca donde mejor le quepa.