El Médico de la Familia
En algún momento de debilidad accedí el año pasado a integrar el Club de Amigos de Cruz Verde o algo así, por lo que poseo una tarjeta alusiva cuya utilidad desconozco (y después me quejo porque mi nombre aparece en todas las bases de datos del país). En fin, luego de dictarle mi RUT la dama revisó su pantallita y me formuló el consabido comentario: “famila de médicos, ¿eh?”. Como es usual, le respondí con la cantinela de que sí, que el doctor Hugo P. era un tío lejano y que ya falleció. “Sí, lo supe, qué pena. Los P., puros médicos… usted es doctor, ¿no?”. No.
La cuestión es que por razones que ignoro mi inusual apellido es famoso en los círculos médicos chilenos. Parece que este Don Hugo -a quien no conocí en mi puta vida y que en realidad no es mi tío, al menos no que yo sepa- era muy respetado y escribió un libro sobre algún tema interesante. Bueno, acabo de buscar en Google y confirmé algo que sospechaba: en realidad hay por lo menos dos Hugos P., uno huesólogo y el otro endocrinólogo. Incluso existe un “Premio al Investigador Joven” que lleva el nombre de uno de ellos, no sé cuál. Mira tú. Si hubiera estudiado medicina y me llamara Hugo estaría condenado al éxito. Además podría decir "hola, mi nombre es Hugo...".
Cada vez que voy al doctor -particularmente si es mayor de 40- sé que me va a preguntar por alguno de estos Hugos y yo le voy a decir que, claro, es mi tío, pero hace años que no lo veo: líos de familia, usted sabe. ¿Por qué miento? Supongo que es con la vana esperanza de que el galeno le haya tenido algún cariño o respeto a este señor y por deferencia no me asalte a mano armada en la consulta. Aparte de ello, mi apellido no me reporta mayores beneficios, salvo la invitación al apodo fácil que persigue a toda la familia y su original musicalidad que contrasta con otros más toscos como Soto (con el perdón de los Sotos).