Contabilidad creativa
En un momento de iluminación nostálgica me pregunté si aún permanecería archivado mi viejo blog. Ahí, en efecto, estaba el desgraciado, con sus anécdotas rancias, mentiras surtidas y reflexiones insípidas. Al revisarlo me vino la vergüenza. Decidí que ya era hora de confesar por qué diablos hace dos años comencé a publicar mis intimidades pese a que en ese entonces ni siquiera sabía qué era un blog. Como el contrato se canceló hace tiempo -y cierta millonaria deuda a mi favor jamás fue saldada- supongo que no hay pecado ni delito en contar una historia patético-sabrosona. Acá va.
Durante la primera mitad de esta década trabajé para un canadiense afincado en Chile cuyo disparatado negocio estaba orientado al márketing virtual. Le redacté y traduje varios sitios; siempre me pagó entre lamentos y con meses de atraso. Apremiado por mis obligaciones, asentía a cada una de sus propuestas aún sabiendo que me acarrearían malos ratos.
Llegamos entonces a enero de 2005. “El futuro de internet serán blogs y estar seguro de haber plata ahí”, me informó en su torpe español. Contra todo pronóstico, ejecutivos de márketing de una gaseosa habían comprado su demente idea: estaban dispuestos a financiar la creación de cuatro blogs de jóvenes alegremente estereotipados. “¿Para qué diablos?”, se preguntará el intrigado lector. Pues bien, estos personajes irreales difundirían mensajes subliminales sobre la importancia de rescatar el lado amable de la vida.
Aplicando el manual 'Maquiavelo para Tontos', mi jefe pretendía que un par de muchachos simpaticones estimularían a legiones de adolescentes a plegarse a la buena onda y tragar la bebida que representaba esta actitud vital. En suma, quería modelar “líderes de opinión en consumo”. Yo -treintón y acabado- había sido elegido por mis habilidades no-verbales para encarnar al universitario recién egresado que vuela del nido para vivir solo. Acepté y qué. Un par de lucas nunca está de más.
Así nació mi alter ego Distémper, quien al principio era un tipo cordial, optimista y políticamente estupendo; con el tiempo se fue pareciendo cada vez más a mí. Para escribir intentaba hacer memoria de las aventuras menos interesantes de mi cesante juventud. Mi misión era darme a conocer en la restringida blogósfera que existía en esa época. Hice mi pega. El blog estaba alojado en un sitio creado específicamente para tan malignos fines: en su declaración de principios pregonaba su aspiración de ser el lugar de reunión de los internautas libertarios de Chile. Incluso dos muchachos -Pancho y Andrés, hermanos emprendedores, amables y ficticios- invitaban a los incautos a enviarles sus datos para que les diseñaran un blog lindo y distinto al resto. La página de presentación es de antología. Mentiras, como todo lo demás.
El asunto -huelga decir- jamás llegó a buen puerto y dudo sinceramente que la empresa que nos pagó haya conocido nuestra existencia. Jamás hubo control de lo que escribíamos y nunca nadie se tomó la molestia siquiera de leer los posts. Cuatro meses después, cuando ya nos habíamos olvidado de difundir el mensaje de la “chispa de la vida”, me anunciaron vía e-mail que el proyecto se cancelaba ipso facto. El saco de plata se había agotado.
Lo malo es que mis compañeros y yo nos habíamos entusiasmado con el experimento. El juego era cada vez más entretenido así que mandamos al canadiense al demonio. Esa misma noche me instalé en Blogspot y comencé a escribir las huevadas que en realidad me interesaban. Luego me llegó el pichulazo de mi jefe y las amenazas por robo de propiedad intelectual (es decir, mis viejos posts). Fin.